Joaquín Hernández: Reflexiones de Semana Santa
Solo este alejamiento permite postrarse, es decir reconocer la fragilidad de la existencia, que es lo que permite el camino al misterio
Desde el Domingo de Ramos hasta el fin de la Semana Santa, que culmina con la Resurrección, debiera aparecer el clima apropiado para hacerse las preguntas fundamentales de la existencia humana. Estas preguntas pueden formularse de diferentes maneras: el objetivo es adentrarse en el misterio. Ignacio de Loyola, por ejemplo, planteaba en el comienzo de los Ejercicios Espirituales que había que empezar preguntando quién era el que preguntaba y para qué estaba en este mundo.
Ello implica, para el que realiza los Ejercicios, detener la marea del tiempo circulante y extrañarse, es decir alejarse de las certezas de la vida cotidiana. Solo este alejamiento permite postrarse, es decir reconocer la fragilidad de la existencia, que es lo que permite el camino al misterio.
Alejarse de las certezas de la vida cotidiana permite además entrar en soledad. Solo que en este caso se tratará de una soledad sonora. Mientras el ejercitante medita en la primera semana sobre las experiencias fundamentales que como ser humano tiene que atravesar, se abre la posibilidad del reconocimiento de lo Otro.
La tarea de preguntarse y de dar respuestas al sentido de la existencia humana es también tarea de la poesía. Rilke lo hizo en las Elegías de Duino, un libro de poemas que escribió durante diez años, de 1912 a 1922 y que comenzó con una revelación que vivió en el castillo de Duino.
Rilke comienza por la extrañeza de descubrirse a sí mismo. Es lo que dice el comienzo de la primera Elegía: “¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros/ de los ángeles?” y, unos versos más adelante: por cierto que es extraño no habitar más la tierra/ no seguir practicando las costumbres apenas aprendidas/ no dar el significado de un porvenir humano a las rosas/ y a tantas otras cosas llenas de promesas/ no seguir siendo lo que uno era/ en unas manos infinitamente angustiadas/ e incluso dejar el propio nombre/ como un juguete destrozado”.
Durante la Semana, los ritos no deben distraer del misterio que se anuncia sino propiciar la participación. En la Semana se suceden el encuentro, la soledad, la delación, la crueldad, el amor, la muerte. Es la libre aceptación de estas experiencias en que consiste la experiencia humana, el tránsito de la soledad del yo a la apertura al misterio y de ahí a lo Otro. Al rostro del Otro, como diría Levinas.