Joaquín Hernández: Solo resiliencia
No es solo adaptación o resiliencia sino transformación del mundo
Hay palabras que se ponen de moda. No que no hayan existido antes, sino que de repente cobran presencia y se vuelven parte del léxico cotidiano. Resiliencia es una de ellas. Según el Diccionario de la RAE es “la capacidad de adaptación de un ser humano vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversa”. En 2013, dice la IA, el Diccionario Oxford la incluyó en su lista de palabras del año. En 2019, continúa, se convirtió en tendencia en las redes sociales y los medios de comunicación. En consecuencia, concluye, si bien el concepto tiene raíces en los años 70 del siglo pasado, es en las últimas dos décadas que su uso se extiende en diversos conceptos. ¿Por qué se ha puesto de moda la palabra en estas décadas si es que el lenguaje tiene que ver con lo que Hegel llamaba el “espíritu del tiempo”?
En la Antigüedad clásica, donde los peligros mortales que sobrevenían por el azar eran múltiples y por supuesto letales, algunos pensadores griegos y romanos adoptaron, para afrontarlos, un estilo de vida al que llamaron estoicismo. La ‘Stoa’, de donde viene estoicismo, significa pórtico o entrada, que era el lugar para la reflexión y para entrar en sí mismo y prevenirse contra los golpes del azar. Solo en el interior del hombre, decían, puede encontrase la seguridad. “No hay viento favorable para quien no sabe a dónde va”, escribió uno de los estoicos más conocidos, Séneca. Por supuesto, el saber a dónde se va, se conoce en el pórtico, en la introspección, en el diálogo consigo mismo que luego se ampliará a los demás. El pórtico conecta precisamente el mundo interior y el exterior.
Pero el ser humano es un ser histórico, como señaló el idealismo alemán. No es solo adaptación o resiliencia sino transformación del mundo. En un giro que nos ilumina, no se trata solo de adaptarse, por ejemplo, a la oscuridad y ser ingeniosos para sobrevivir en ella, sino de impedir que haya oscuridad. No de ayudar a cargar ‘creativamente’ la cruz sino de impedir que haya crucificados. De entender el presente como resultado de un proceso histórico que pudo ser de otra manera. Y que es nuestra responsabilidad impedir que vuelva a suceder de la forma en que ahora nos golpea. Precisamente, lo que separa el mundo antiguo del cristiano es la aparición del tiempo como lugar de salvación y por lo mismo de construcción del futuro. En el mundo antiguo las calamidades eran inexplicables. De ahí la fuerza de la tragedia griega. En el cristiano, la libertad hace imposible la tragedia.