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Joaquín Hernández | Revelaciones

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Para las civilizaciones antiguas, la figura del cosmos era la de un árbol gigante

Claudia Lars, uno de los referentes de la poesía salvadoreña del siglo XX, emocionada por la revelación de lo sagrado en el aparecer súbito de vegetación y luz en el paisaje, que los historiadores de las religiones llaman hierofanía, preguntaba admirada: “Podré decir este silvestre día/de intensa luz y de maduro grano?/ ¿Podré besar el nombre del verano con estas mariposas de alegría?/ Ya el Maquilishuat se vistió de encaje/ y el carao de leve muselina/ ya se va la extranjera golondrina/organizando su norteño viaje”.

El gobierno del presidente Nayib Bukele ha tomado la iniciativa simbólica con el proyecto El Salvador renace, de difundir internacionalmente el nombre del país, sembrando el árbol del Maquilishuat en las diferentes ciudades en donde existen relaciones diplomáticas o consulares y colonias salvadoreñas. El pasado viernes, el embajador de El Salvador, Carlos Brizuela Eserski lo hizo en la universidad Ecotec. Se trata de una iniciativa inesperada y llena de sentido en un mundo marcado por los conflictos

Para las civilizaciones antiguas, la figura del cosmos era la de un árbol gigante. Para otras, símbolo de vida, de fecundidad inagotable. Para los babilonios, era habitación de la divinidad. Para el Bhagavad Gita, expresa no solo al universo sino a la condición humana. Para los nórdicos y centroasiáticos, el ‘Axis Mundi’, el eje del mundo. Para Dante en Il Paradiso, las esferas celestes son la corona de un árbol cuyas raíces están hacia lo alto.

Eliade recuerda que en el célebre bajorrelieve de Asur que está en el museo de Berlín, la parte superior de un Dios emerge de un árbol. Al lado de él se encuentran las aguas que se desbordan de la vasija inagotable, símbolo de fertilidad.

Con el desencantamiento del mundo propio de la Modernidad hemos ido perdiendo la dimensión de lo sagrado. Lo sagrado está relacionado con el movimiento de la vida humana: nacer, crecer, dar vida, transformarse.

Precisamente, uno de los grandes poetas ecuatorianos, Jorge Carrera Andrade, asumía en sus versos la pregunta de Lars: “Me interrogo en la noche americana/ ante constelaciones que me miran/ con sus ojos de puma/¿Quién soy en fin de cuentas?/ Y respondía, plural y a la vez único, soy el hombre del bosque/el bosque mismo”. Feliz iniciativa para difundir un país otrora signado por la violencia y hoy en transformación.