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Joaquín Hernández: ¿Qué significa Venezuela hoy?

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Se pierde la fe en que un pueblo que se siente atropellado por su dictador pueda derrocarlo, con el coraje y la dignidad

Lo que está sucediendo el viernes 10 de enero en Venezuela mientras escribo este artículo, y se escucha ya en las cadenas de televisión internacionales el discurso de toma de posesión del dictador Maduro, tiene múltiples significados que nos afectan a todos los latinoamericanos. Enrique Krauze decía, por ejemplo, hace unos meses que Venezuela, “es un espejo donde todos los latinoamericanos tienen que verse: son los costos del populismo”. Y lo que señalaba más adelante: estamos asistiendo al asesinato de un pueblo.

La toma de posesión de Maduro, es decir la consolidación de uno de los fraudes más brutales y escandalosos que han sucedido en la región, pone en duda muchas certezas sobre el orden político mundial pero también el sentimiento de justicia de que el mal y el terror no pueden ser impunes. En cuanto a lo primero, lo que está duda, como señalaba Moisés Naím, es el concepto de legitimidad política. Esta supone, como señala el autor de La revancha de los poderosos, que el poder de un gobernante es legítimo si cumple con los requisitos de un gobierno democrático, no solo haber sido elegido en elecciones libres sino además, entre otros, respetar el Estado de derecho, someterse a los controles institucionales ejercidos por funcionarios independientes, respetar la libertad de prensa y aceptar que el poder que ejerce tiene un principio y un final, y que debe cederlo si sus futuros electorales así lo consideran. Si no se cumplen estas condiciones estamos en el autoritarismo.

La época en que se celebró la supremacía de las democracias liberales tiene fecha y nombre. Fue la década de los 90, cuando el mundo parecía encaminarse a un futuro de democracia, globalización, libre mercado, ciudadanía mundial, control y disminución de los conflictos entre países gracias a la intervención de organismos internacionales. Treinta años después, el panorama es otro y Venezuela parece confirmarlo lamentablemente.

Pareciera que la impunidad tiene la última palabra y que no bastan las presiones internacionales. Se pierde la fe en que un pueblo que se siente atropellado por su dictador pueda derrocarlo con el coraje y la dignidad. Por supuesto, como en la tragedia griega, Antígona, María Corina Machado, Edmundo González, sus seguidores, periodistas nacionales e internacionales y sobre todo el heroico pueblo venezolano que ha cantado tantas veces estos años con su vida, “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó”.