¿Son eternas las democracias?

"Parte importante de los ciudadanos de los países parece vivir con Alzheimer político..."
En el año 1991, Samuel P. Huntington publicó su libro Waves. Democratization in the Late Twentieth Century, donde daba cuenta del fenómeno que estaba ocurriendo a nivel mundial: una ola de democratización creciente iba desplazando a los regímenes autoritarios o dictatoriales de las últimas décadas de la Guerra Fría. Huntington no era, sin embargo, optimista ingenuo: esta nueva ola de democratización, la tercera como la denominaba, tenía fecha de inicio y por lo mismo podía ser desplazada, como pasó con la segunda ola a comienzos de los años 70 del pasado siglo, cuando las democracias cedieron paso a gobiernos autoritarios. Lo mismo podía pasar con la tercera. Y nosotros ser los testigos pero también los actores de este nuevo retroceso democrático.
Hoy la instauración de gobiernos autoritarios no se debe ya a los militares que fueron en buena parte los protagonistas de la segunda contraola, sino los mismos ciudadanos amalgamados, confundidos en el sentido etimológico de la palabra y, en consecuencia, homogenizados por el populismo. Asistimos a un “retroceso democrático global”, como sostiene Steven Levitsky en entrevista a la revista Letras Libres, caracterizado por la emergencia y posicionamiento de regímenes autoritarios de identidades políticas aparentemente distintas (Trump, López Obrador, Bolsonaro, por citar ejemplos actuales), el enfrentamiento o polarización permanentes y su consecuente fragmentación, la anarquía y el miedo. Ya no solo son los autoproclamados caudillos del socialismo del siglo XXI. Parte importante de los ciudadanos de los países parece vivir con Alzheimer político: se reelige por ejemplo a Fernández en Argentina un día, y meses después, ante el terrible empeoramiento de las condiciones de vida, se dan las manifestaciones y las huelgas contra el mismo modelo de desgobierno de la pareja Kirchner que liquidó al país. En Ecuador parece que también algunos sectores de clase media tienen el mismo síndrome.
“La historia ha demostrado”, recuerda Robert Kaplan, “que no hay un triunfo final de la razón”. Lo que sucede actualmente es una clara lección.