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Biden en Kiev

Avatar del Joaquín Hernández

El gesto de Biden es contundente. Llega en el momento en que está por iniciarse una nueva ofensiva rusa con tropas frescas

Originalmente, la columna de esta semana debió titularse Entre aquí y allá. Vivimos escindidos entre nuestra realidad y el ritmo del mundo; y de ahí la cuota de confusión y de ambigüedad de nuestras acciones.

En la semana que se consumaba la atrocidad del dictador Daniel Ortega en Nicaragua, de expulsar, arrancar la nacionalidad a sus opositores, despojarlos de sus propiedades y escuchar de las víctimas las torturas y humillaciones a su condición humana, el presidente Biden llegaba sorpresivamente a Kiev días antes del primer aniversario de la invasión rusa y caminaba con el presidente Zelenski por las calles y el centro de la capital de Ucrania.

El gesto de Biden es contundente. Llega en el momento en que está por iniciarse una nueva ofensiva rusa con tropas frescas, que será precedida por el fuego indiscriminado de la artillería pesada contra blancos civiles y militares ucranios, sin importar el costo. Llega, además, en el momento en que es claro que la ayuda militar y económica que recibe Ucrania de Occidente es insuficiente y que las actuales sanciones económicas no bastan. A los tanques Leopard 2 y Abrams deberán sumarse aviones como el F-16 y una industria unificada en la producción eficiente y suficiente de municiones y de armamento que, como la estadounidense, en los peores días de la II Guerra Mundial, fue “el arsenal de la democracia”, según el presidente Roosevelt. Ya Washington considera multiplicar por cinco la producción de proyectiles para los cañones de 155 mm, tan decisivos para Ucrania.

“No es la hora para el diálogo”, dijo recientemente el presidente Macron en la conferencia de Munich. “No son nuestros envíos de armas los que alargan la guerra”, aclaró el canciller alemán Scholz. La situación es decisiva hoy.

A estas alturas, los términos están claros. Para Ucrania, EE. UU. y la Unión Europea la guerra debe terminar pronto, este año. Ello implica que Ucrania recupere sus fronteras anteriores a 2014, lo que solo sucederá si Rusia recibe devastadores golpes militares y económicos. A esta le conviene el largo plazo: el desgaste de los aliados e incluso la desafección de algunos. No importa cuántos y quiénes son los sacrificados.