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Ejercicios ignacianos

Avatar del Joaquín Hernández

¿No es necesario quedarse solo un tiempo precisamente cuando hay la exigencia de estar siempre presente?

¿Y si fuese requerimiento del tiempo actual, disperso y desordenado, tan lleno de acontecimientos que se amontonan y se desplazan unos a otros, retomar una forma de ascesis, la ignaciana por ejemplo? ¿Empezar por ejemplo, al comienzo del día con media hora de meditación? ¿No es necesario quedarse solo un tiempo precisamente cuando hay la exigencia de estar siempre presente?

Ignacio de Loyola está situado en los comienzos de la Modernidad europea. Si bien su propuesta fue un fortalecimiento de la Iglesia católica tradicional frente a la irrupción de la Reforma protestante, no planteó refugiarse fuera del mundo. Todo lo contrario. Ir al mundo pero no para perderse en lo evanescente, es decir no volverse cautivo del conjunto de imágenes y de sensaciones que se suceden una tras otra y que siempre arrastran una sensación de pérdida.

En El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, el filósofo coreano Byung-Chul-Han, profesor de la Universidad de las Artes de Berlín y con una tesis sobre Martin Heidegger, da cuenta de nuestra época: “La experiencia de la duración y no el número de vivencias, hace que una vida sea plena. Una sucesión veloz de acontecimientos no da lugar a ninguna dirección… una vida a toda velocidad, sin perdurabilidad y lentitud, marcada por vivencias fugaces, repentinas y pasajeras, por más alta que sea ‘la cuota de vivencias’, seguirá siendo una vida corta”. El resultado es que “uno termina identificándose con lo efímero”.

En los Ejercicios ignacianos también se saborea la fugacidad. Pero no es una experiencia que termina enredándose a sí misma, sin ninguna salida, marcada por la ansiedad, la dispersión, el cansancio, el trasegar sin fin, signos característicos de nuestra época, que ya Heidegger anticipó, como recuerda el filósofo coreano al hacer la exégesis de la conocida frase: “no tengo tiempo”. Tiempo para hacer lo mismo y por lo mismo para sentirse insatisfecho.

“Contemplativos en la acción” es una de las divisas de la espiritualidad ignaciana. La vida contemplativa como clave de la vida activa. “La vita contemplativa sin acción está ciega. La vita activa sin contemplación está vacía”, retoma Byung-Chul-Han.