Premium

Ernaux, Premio Nobel. Reflexiones (II)

Avatar del Joaquín Hernández

En breve, se estaría premiando aportes indiscutiblemente valiosos, eso no está en duda por Kozac, a una falsa universalidad de lo humano’.

La objeción que hace Gisela Kozac, como decíamos en la primera parte de este artículo, no va contra la escritora Anne Arnaux como tal; en otras palabras no hay aparentemente un cuestionamiento con base en una injusticia individual al darle el galardón a esta escritora, cuando habría otras de igual o mayor mérito literario, sino por la ubicación cultural y social de la autora de Los estantes vacíos, que implica “ …ignorar a extensas zonas del planeta”. Ello lleva a Kozac a cuestionar el fundamento mismo del premio: “Si la intención de los Premios Nobel ha sido la de otorgar reconocimiento a personas que han hecho grandes aportes a la humanidad, por lo visto tales aportes se concentran en el hemisferio norte…”. Para quienes están situados en dicha parte del mundo, el humanismo es visto desde la realización personal y no desde la carencia y la vulnerabilidad, condición existencial de la mayoría del planeta. En breve, se estaría premiando aportes indiscutiblemente valiosos, eso no está en duda por Kozac, a una falsa universalidad de lo humano.

La argumentación de la colaboradora de Letras libres, sin embargo, no resulta clara ni convincente porque son claros los méritos de Ernaux: es una escritura diversa, que viaja constantemente del yo al nosotros y para quien la memoria es siempre histórica y no mera digresión individual. “La historia es la realidad del hombre. No tiene otra”, es la cita invocatoria, nada menos que de Ortega y Gasset, que aparece al comienzo de Los años, para anunciar precisamente nuestra condición de seres temporales condenados al olvido, precisamente en la desaparición de las imágenes que nos son tan entrañables y tan nuestras.

El primer capítulo del libro, Las imágenes desaparecerán, tiene la extraña belleza de la rememoración por todos los senderos que hemos transitado, la solemnidad de la oración recitada en memoria de los que se han marchado y la piedad del recordatorio de todos nuestros gestos generosos o mezquinos, grandes o insignificantes, ejemplares o vergonzosos. Lo que hace la escritora francesa es narrar su propia historia. “La vida vivida es inagotable, porque la memoria cambia sin parar también. El presente transforma siempre el pasado”. Esa experiencia es la que Annie Ernaux inicia en cada uno de sus libros en los que terminamos por encontrarnos aunque sea fugazmente.