Lecciones de Medellín

¿Cómo afrontaron los ciudadanos, orgullosos de su ciudad y de su región esta guerra hasta disminuirla significativamente?
Medellín, una bellísima ciudad colombiana, admirable por múltiples aspectos, desde su belleza arquitectónica hasta el coraje y la imaginación creadora de sus líderes más preclaros, atravesó, desde los años ochenta del siglo pasado, durante cuatro décadas, un largo proceso de violencia, marcado por un aterrorizante ascenso estadístico de asesinatos, extorsiones, coches bomba, atentados. Si en un artículo reciente, aparecido en diario El País, de Madrid, se advertía del aumento de la violencia en el Ecuador que podría alcanzar hasta finales de este año 2023, la escalofriante cifra de 40 homicidios por cada 100.000 habitantes, “situándose como el más violento de la región”; Medellín llegó a 3.603, divididos por el mismo número de habitantes en los ochenta y sobrepasó el de 6.809 en 1991. Después de la muerte de Pablo Escobar en diciembre de 1993, sobrevino un nuevo período de enfrentamiento en que se luchó con armamento pesado y armas de largo alcance entre guerrilleros y paramilitares. Los jóvenes fueron la ‘mano negra’ que nutrió y sufrió el conflicto. “No nacimos pa’semilla. La cultura de las bandas juveniles en Medellín” de Alonso Salazar, es uno de los textos indispensables para entender lo sucedido en esa ciudad y lo que hoy estamos afrontando en las nuestras.
¿Cómo afrontaron los ciudadanos, orgullosos de su ciudad y de su región, esta guerra hasta disminuirla significativamente? Aceptando maduramente que estaban frente a un problema de larga duración para el que, lamentablemente, no se tenían ni se tienen recetas mágicas que en días o meses, incluso pocos años, permitan volver al estado anterior? La corrupción, la violencia y la exclusión social hacen imposible la convivencia. La violencia que azotaba a Medellín y que ahora azota a otras ciudades de América del Sur es la expresión de una crisis ética y cultural estructural que simplemente evidencia la imposibilidad de que las personas puedan tener reconocimiento y vivir con dignidad, es decir que exista la sociedad. Esta crisis, por tanto, tiene múltiples aspectos que incluyen la credibilidad y la confianza de las partes; el peso de las instituciones, no de individuos aislados; el respeto por los procedimientos. “¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?”, es la pregunta que hoy debemos hacernos.