Lecciones de Medellín (II)

No alcanzaban a entender cómo lo que tradicionalmente se llama lumpen había adquirido tanta preponderancia y, como dijo Luis Otero Silva...
Alonso Salazar Jaramillo, autor de varios libros, entre otros, No nacimos pa’ semilla, ganador del premio Planeta de Periodismo y exalcalde Medellín 2008-2011, nos describe la situación de la ciudad en los años ochenta y comienzos de los 90 del siglo pasado: “Y es que mientras en la ciudad abundaba el crimen, de una manera que todavía nos da pudor recordar, las élites andaban distraídas. Los líderes de la política tradicional pasaban engolosinados con los éxitos automáticos de las encuestas de popularidad, preocupados por la imagen de la ciudad y sofisticando las formas de corrupción; y los ensimismados movimientos de izquierda se quedaron esperando la radicalización de las luchas sociales… Buena parte de la intelectualidad no registraba la realidad de la violencia, bandas y narcos, o la consideraba material de segunda, sin valor para el trabajo sociológico, creativo o literario. No alcanzaban a entender cómo lo que tradicionalmente se llama lumpen había adquirido tanta preponderancia y, como dijo Luis Otero Silva: “ese lumpen le enseña la gramática y el habla a la sociedad”. Por supuesto, cualquier parecido con el Guayaquil de nuestra época es mera coincidencia y podemos virar, aliviados, la página hacia algo más práctico.
En esa época Medellín era conocida tristemente como la capital mundial de la muerte y del crimen. No había un enemigo externo, sino que, como dice Salazar, se vivía un fenómeno diluido en la sociedad que movía riquezas nunca antes vistas y maleaba la ley y la moral. La vileza, añade, es decir la maldad y la crueldad, se impone con alta facilidad cuando las mayorías hacen concesiones.
Precisamente, la primera manifestación de la sociedad en contra del imperio que gobernaba despótico la ciudad vino de un colectivo teatral, Matacandelas que, ante el toque de queda impuesto por los extraditables, “Antes una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos”, salió al escenario a las 11:59 de la noche para presentar ‘O marinheiro’, de Fernando Pessoa. Tenían miedo, por supuesto. Pero lo tenían juntos y la sociedad civil comenzó a entender el mensaje: la violencia impuesta por el crimen organizado es una degeneración de la sociedad, un círculo verdaderamente vicioso, que no la va a parar un escuadrón de élite militar o policial ni un mágico Rambo en quien abdiquemos de nuestras responsabilidades.