Lecciones peruanas

El Sr. Castillo perdió el puesto por su falta de capacidad para dirigir al país y, si se lo comprueba, por corrupción. Ninguna conspiración, como dicen sus sufridos amigos’.
El suicidio político del expresidente Pedro Castillo en Perú el pasado día miércoles deja lecciones para el quehacer político de la región. Lamentablemente no ha merecido mayor atención y los políticos populistas que argumentan con sus mismos sofismas no se dan por enterados.
Pedro Castillo fue presentado y llegó al poder en nombre de esa entidad abstracta pero manipulable en extremo que se llama pueblo. Lo que el Perú necesitaba, se decía, era un hombre ajeno por completo a los grupos de poder existentes, sin ningún conocimiento del quehacer político ni contaminado por sus mañas. Una especie de “buen salvaje” con más naturaleza que civilización. El problema es que Castillo no solo evidenció incapacidad para el cargo para el que fue elegido - cinco gabinetes, 81 ministros en solo dieciséis meses-, sino que decidió tomar la medida extrema de disolver el Congreso y asumir los poderes del Estado, cuando no había los suficientes votos para vacarlo, como sucedió en las dos veces anteriores. Además, pesan sobre él graves demandas de corrupción que lo fueron cercando.
En todo este tiempo de bamboleos en que Castillo ejerció la presidencia solo anunció una reforma agraria sin pena ni gloria. Nunca hubo pues el anuncio de políticas de izquierda radical que hubiesen llevado a “los grupos de poder tradicional” a derrocarlo, como dice la narrativa elaborada por sus compinches populistas de la región, que presiden la mayor parte de los países de América Latina.
La otra lección es que la izquierda abanderada con cualquier populismo que surge, carece de una mínima autocrítica que borda con el cinismo y la mala fe. El Sr. Castillo perdió el puesto por su falta de capacidad para dirigir al país y, si se lo comprueba, por corrupción. Ninguna conspiración, como dicen sus sufridos amigos. Locura, delirio, como dice Mirko Lauer en La República: “En torno a Castillo todas las locuras han parecido tener un método, como las del asesor Polonio en Hamlet... Perder Palacio se volvió una obsesión y, perderlo a manos de una mayoría de parlamentarios, todavía más. Fue a ellos a quienes dedicó su último acto político”.