Miércoles de ceniza

Ser ubicado como clásico es también la condición previa para el olvido’.
La obra poética de T. S. Eliot resulta insoportable para nuestro presente. No hay problema porque casi nadie busca leer en serio los autores del pasado, así sea reciente, para escuchar voces diferentes. Están demasiado ocupados y fatigados con las menudencias del presente como para prestar atención a quien se ocupa sin dramatismos esperpénticos de la desolación, del necesario tránsito que implica la existencia simbolizado en el purgatorio, del sentido pendiente de la vida distendida agónicamente entre el ayer, el hoy y el siempre incierto mañana.
“Porque sé que el tiempo es siempre tiempo/ y el lugar es siempre y solo lugar/ y lo que es real es solamente real por una vez y solo para un lugar/ me alegro de que las cosas sean como son y/ renuncio al rostro bienaventurado/ y renuncio a la voz/ porque no puedo tener esperanza de volver otra vez/ por consiguiente me alegro, teniendo que construir algo/ de qué alegrarme/ y ruego a Dios que tenga misericordia de nosotros”.
‘Ash-Wednesday’, publicado en 1930, fue, según Eliot, un momento de preparación para un arduo largo viaje personal y poético. El exigente movimiento del poema que parte de la noche triste del alma, “…oscilando entre el beneficio y la pérdida/ en este breve tránsito donde cruzan los sueños/ el crepúsculo cruzado de sueños entre nacimiento y agonía”, hasta el reconocimiento y la plegaria, “(Me acuso Padre) aunque no deseo desear estas cosas/ desde la ancha ventana hacia la orilla de granito/ las blancas velas siguen volando al mar, al mar volando/ alas sin romper”, marcó el distanciamiento de Eliot de las corrientes literarias dominantes de la época.
De ahí en adelante, adquirió el carácter de clásico que coronó el Premio Nobel de Literatura en 1948. Ser ubicado como clásico es también la condición previa para el olvido.
‘Ash-Wednesday’ se inicia con el verso XXXV de Cavalcanti, “Porque no espero nunca retornar”, balada de despedida del poeta italiano a su amada, retomado en la parte última del poema de Eliot pero como aceptación del carácter de peregrino y reconocimiento del misterio.