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La mortalidad de las democracias

Avatar del Joaquín Hernández

Los defensores del sistema cayeron en una tentación: explicar los estallidos como obra de una conspiración ideológica de grupos extremistas.

Anne Applebaum acaba de visitar México para la presentación de su libro, un texto ya de lectura obligatoria en los tiempos en que vivimos, El ocaso de la democracia, que curiosamente estuvo, aunque de manera fugaz, en nuestras librerías. No es solo culpa de las librerías, es también de los lectores. Y los lectores, ¿de dónde provienen, quiénes son? Son grande preguntas.

Applebaum, periodista e historiadora, se ocupa en ese libro de un fenómeno que en los años 90 del siglo pasado hubiese parecido imposible: la caída de las democracias liberales a nivel mundial. Primero, ya a finales del siglo pasado y sobre todo de la primera década del XXI, aparecieron los populistas. Silvio Berlusconi fue el mejor ejemplo; pero después, para explicar el auge de los populismos, hubo que explicarlos mejor. En primer lugar, por la presencia de una serie de malestares culturales de diferentes grupos sociales, no importa lo minoritarios que sean en realidad o que nosotros les atribuyamos esa condición. Esos malestares, diversos pero punzantes, reiterados una y otra vez contra el orden del sistema vigente, constituyeron, como lo advirtió Ernesto Laclau, en el detonador de los estallidos sociales. El caso paradigmático fue el Chile de 2018.

Los defensores del sistema cayeron en una tentación: explicar los estallidos como obra de una conspiración ideológica de grupos extremistas. Paradójicamente, fue la misma explicación de los grupos radicalizados de los años 70 en América Latina, que veían en todas partes la conspiración de la CIA. Parodiando al sagrado texto, no se movía un cabello sin la intervención de la CIA. Aquella explicación, como la actual, que echa la culpa a una misteriosa liga omnipotente que actúa concertadamente más allá de los individuos, tiene un grave error que cualquier administrador de empresa sabe que no puede cometer: cargar la culpa a los consumidores por no preferir sus productos, sin analizar antes la falta de calidad de este, su análisis de mercado o su campaña de ‘marketing’. En otras palabras, por carecer de autocrítica. La culpa la tienen los otros.

Applebaum señala que las democracias sucumben por sus propios ciudadanos. Nadie va a venir a salvarlos. “No hay garantía de que la democracia pueda ser exitosa o fracasar”.