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Reflexiones sobre la actual crisis

Avatar del Joaquín Hernández

La situación actual no tiene nada que ver con soluciones mágicas que alivien al instante el proceso de aguda descomposición social que responde a varios factores

Ante los graves acontecimientos que se han producido a lo largo de este año y que han dejado muertos, heridos, destrucciones, luto y odio en las familias afectadas, pérdidas económicas que han destruido negocios, generando desmoralización y falta de confianza en instituciones y personas, es inevitable que la exigencia de la mayoría de la ciudadanía, que se ve en situación de desamparo, sea la intervención casi mágica de figuras todopoderosas que arranquen el mal presente de una sola vez y sin importar las consecuencias que ello implique; o de alguna receta igualmente mágica, mientras más corta y contundente mejor, fácil de entender y de aplicar, que expulse las causas de la inseguridad.

En los años sesenta del siglo pasado, muchas personas de los sectores medios evocaban, casi con nostalgia, cuando un presidente de la década anterior habría ordenado a las Fuerzas Armadas de la época a reprimir sin discriminaciones una ola de asaltos y robos a locales, casas del centro y sur de la ciudad.

Lamentablemente, y sin discutir sobre lo fabuloso y lo real, lo moral o no moral de las acciones del pasado, la situación actual no tiene nada que ver con soluciones mágicas que alivien al instante el proceso de aguda descomposición social que responde a varios factores.

Hay la experiencia de ciudades latinoamericanas no tan alejadas en el tiempo y que han vivido procesos similares: Medellín, en la época de Pablo Escobar a quien lamentablemente una película ha construido para los incautos una figura casi de emulación; y Monterrey, en México, en la época de los Ñetas. En ambas ciudades, los procesos de descomposición tomaron por lo menos una década. En ambas, la erradicación requirió un tiempo similar. No hubo figuras mágicas ni recetas tipo autoayuda. Fue la decisión de empresarios y autoridades locales con las universidades de la ciudad las que en primera instancia se pusieron de acuerdo, llegaron a un consenso, establecieron un plan y una agenda de corto, mediano y largo plazo y la cumplieron comenzando por la decisión de quedarse unidos defendiendo sus ciudades y no abandonándolas por una cómoda vida en el extranjero. No hay milagros; solo decisiones e inteligencia social. No hay recetas; hay que construirlas.