Respondiendo desde la incertidumbre

Si el mal tiene rostros distintos, por lo menos hay que precisar el de la época y referirlo a la condición humana.
Dos amigos me hacen llegar sus respectivas observaciones a raíz de mi artículo sobre Stefan Zweig. Me parecen muy importantes, como lo son en general las observaciones que inician o reinician el diálogo sobre lo que se escribe. Diálogo no quiere decir falta de cuestionamientos, sino discusión en el más amplio sentido de la palabra y no recitado de monólogos de posiciones culturales, muy respetables para hablar desde lo “políticamente correcto”, pero inútiles ya que no se llega ninguna parte, excepto a la precaria satisfacción de “decir lo que pienso”.
La primera observación se refiere a mi trato, de cierto menosprecio, de la figura del escritor vienés. En efecto, sostuve que Zweig fue una figura menor en referencia a sus contemporáneos, Broch, Musil, Roth, para citar unos nombres. Mi amigo me ponía por ejemplo, y con razón, el magnífico libro de memorias, El mundo de ayer. Sí, es un documento por excelencia del exilio y de la peregrinación de los escritores centroeuropeos nacidos bajo la sombra apacible del Imperio Austro-Húngaro, su destrucción, y la desorientación vital que se apoderó de ellos en las marejadas del fascismo italiano, el nazismo alemán y la dictadura bolchevique de Lenin-Stalin.
Todos los nombrados, ciertamente, fueron víctimas de todos ellos, incluso los que escaparon con vida. Pero incluso aquí, se nota, el tono menor de Zweig. Él sufre el mal: ¿qué fue sino, el conjunto de la carnicería de la Gran Guerra, sus efímeros resultados, la destrucción del mundo del siglo XIX, la locura asesina de los totalitarismos que prepararon la nueva hecatombe de la segunda guerra? Zweig acusa el dolor, la pérdida de la racionalidad y de la dignidad humana, el peligro permanente por no plegar a lo que se supone piensan todos. Pero nunca dice el nombre del mal como sí lo hace Roth, por ejemplo en Fuga sin fin, o en La tumba de los capuchinos. O Broch, con La muerte de Virgilio. Si el mal tiene rostros distintos, por lo menos hay que precisar el de la época y referirlo a la condición humana. Zweig en cambio, aunque lo vive, se resiste a pasar al primer plano, lo lamenta y al final termina renunciando a toda esperanza.