El otro Zweig

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Entiendo sus biografías a partir de sus narraciones y no al revés ni como dos géneros distintos.

Comencé a leer a Stefan Zweig en los primeros años de colegio, por recomendación de un joven jesuita, maestro o “maestrillo”, como llamábamos a los religiosos de la Compañía de Jesús que hacían docencia en sus colegios, entre filosofía y teología. Ese maestro había captado mi pasión por la historia de la Francia revolucionaria y sobre todo la del Imperio Napoleónico que trastornó el Antiguo Régimen europeo y cuya crisis potenció los movimientos de independencia de las entonces colonias de la América española, como historiadores como Francois-Xavier Guerra o Elías J. Palti han comprobado. El reemplazo del monarca por un advenedizo mostró el lugar vacío del soberano y el círculo vicioso que implica.

Un apasionado del período napoleónico no podía ignorar a Fouché, ese ministro oscuro pero poderoso del emperador y sus conjuras que iban de la lealtad a la traición. Zweig reconstruía la época, pero a base de lo que se llamaba “la sicología de los personajes”. Poco a poco, mi interés se fue desplazando a otros libros como sus memorias, “El mundo de ayer”, que releía una y otra vez, entre fascinado e incrédulo, sobre cómo se vivía en Europa en las décadas anteriores a la I Guerra Mundial.

Con el tiempo, perdí de vista a ese Zweig. Su permanente análisis sicológico de sus personajes, sus reflexiones para dar cuenta del combate entre lucidez y destino de sus biografiados o, en sus narraciones, entre sus deseos de transgresión y la honorabilidad que representaban, se quedaban cortos ante el mundo que recién comenzaba a descubrir con Borges, Fuentes y Rulfo entre nosotros o Malraux, Hemingway y Mann, entre los europeos.

Con el pasar del tiempo, y gracias a Editorial Acantilado de España, he vuelto a encontrarme con Zweig. No es el mismo de antes por supuesto. Entiendo sus biografías a partir de sus narraciones y no al revés ni como dos géneros distintos. Sus personajes presienten la catástrofe de la cultura en la que viven y se sienten llamados, como en “Noche fantástica”, a vivir el peligro: el testimonio del final de la civilización europea del siglo XIX.