¿Qué nos mueve?

Una vez tras otra los electores, y por ende la gente, nos habla de lo que siente y lo que espera de quienes lo gobiernan. Algo que no logramos descifrar es por qué los votantes pueden cambiar tanto de parecer. Para ilustrarlo pongo un ejemplo, el fenómeno Petro. Colombia es un país que lleva más de 40 años en guerra; incluso considerando la paz que firmaron con las FARC, las brechas sociales y el descontento social mal direccionado causaron que los menos favorecidos y otros que simplemente se aprovecharon del momento para volverse insurgentes, se tomaran las armas y pongan al país de cabeza. Eran varios los métodos, los financiamientos, las personas, pero todo esto se dio por la podredumbre que durante años reinó en las más altas esferas del poder y la sociedad, causando que un pueblo hermano termine en guerra. ¿Por qué este antecedente? Porque uno de esos subversivos que se tomó las armas se llama Gustavo Petro Urrego, hoy presidente. Muchos dirán, ¿pero cómo un exmilitante del M19 llega al palacio de Nariño? La respuesta es mucho más sencilla de lo que pensamos, el equipo de Petro interpretó las carencias y aprovechó el estallido social que ya se estaba dando en Colombia, creando bandos; los de antes, que tanto daño nos hicieron, contra los que quieren una nueva Colombia, una Colombia más humana. Más allá de lo que se pueda pensar del hoy presidente, que no es santo de mi devoción, el éxito de su campaña se debió a que él supo comunicarle al elector qué planes tenía para hacer que su calidad de vida mejore.

Hablando del plano nacional, se escuchan rumores de que viene una consulta popular propuesta por el Ejecutivo y por eso precisamente he querido hacer hincapié en que más allá de las intenciones, del cálculo político, de la dogmática jurídica, la única propuesta o consulta capaz de vencer es la que represente el sentir de la gente. ¿Qué le quita el sueño al elector? ¿Cómo puedo mejorar su calidad de vida? ¿Es la consulta la vía correcta para lograrlo? Todo se trata de escuchar de cerca las necesidades, las frustraciones, pero más que nada la esperanza de la gente, sin cálculos políticos. La realidad es que el elector vota más con el corazón.