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La campaña perfecta

Avatar del Jorge Jalil

La campaña perfecta, si quien gane quiere reelegirse, será demostrar en el poco tiempo que tiene que llegó a trabajar.

Ecuador se caracteriza por ser un país políticamente pintoresco, lleno de personajes políticos que de alguna u otra manera resaltan. Algunos lo hacen como grandes oradores, otros como líderes de mano dura, otros como servidores que buscan el bien común ante todo y por supuesto, nunca faltarán los que se sirven de la política, liderando con mentiras y odio para lograr su propio bienestar.

Mi intención no es que intenten ponerle un nombre a los personajes políticos que mencioné, ni los buenos ni los malos, sino que tengamos muy presente que el electorado, no solo el ecuatoriano sino en todo el mundo, presta mucha atención a las campañas y a las emociones que esta despierta, y que es la campaña la que lleva a la abrumadora mayoría de votantes a decidir a quién dar su confianza.

Dicho esto, sí creo que el electorado ha cambiado. Si bien quizás antes la mejor estrategia hubiera sido llegar al poder este año (si es que se lo entrega este año) teniendo como máximo fin la reelección en el 2025, la gente espera mucho más del gobierno que viene, por muy corto que sea.

Lo cierto es que Ecuador está sumido en una de las peores crisis de su historia republicana y la gente ya no cree en cuentos de hadas sino en propuestas que solucionen sus problemas y mejoren su calidad de vida. Sea cual sea el candidato que gane debe entender una cosa: el secretario de comunicación debe tener mucho menos trabajo que el secretario de Gestión de Riesgos, el ministro del Interior, el ministro de Transporte y Obras Públicas y cualquier otro funcionario cuyo rol sea vital para las necesidades del país.

La campaña perfecta, si quien gane quiere reelegirse, será demostrar en el poco tiempo que tiene que llegó a trabajar y no por intereses personales ni a alimentar su ego; que llegó a servir y que su tarea no es reelegirse (nada mal si viene por añadidura) sino pasar a la historia como alguien que utilizó la confianza del pueblo para demostrarle que no se había equivocado.