La guerra de la ignominia

...la Justicia es en Ecuador... uno de los trofeos más codiciados por parte del mundo político. Entre más corrupción, más apetecida se vuelve porque controlar a los jueces es lograr un pasaporte seguro hacia la impunidad
Ni la inseguridad ni la falta de empleo: nada había tensionado tanto la Asamblea Nacional últimamente como el juicio político a tres miembros del Consejo de la Judicatura. Una tensión que contagió a los medios de comunicación creando un alboroto informativo cuya relevancia acaso se sospecha. Nadie la señala en forma taxativa. Y nadie lo hace porque, en términos formales, se trata solamente de cambiar a tres funcionarios. Nadie debería despelucarse por eso.
La tensión es mayúscula y es innombrable porque el motivo que la provoca es inconfesable: ninguno de los asambleístas del correísmo y del socialcristianismo que mueven, en particular, las cuerdas para cambiar a esos tres miembros de la Judicatura, admitirá que el partido que se juega se llama control de la Justicia.
Eso explica el dramatismo que han puesto los dos bandos enfrentados y que ha producido efectos inverosímiles tratándose, como dicen, de un mero relevo de funcionarios de la Judicatura: división en los bloques parlamentarios (el caso de la ID es emblemático); quiebre en las lealtades que profesan los mal llamados rebeldes con Leonidas Iza; supuesta defensa de la institucionalidad judicial por parte del correísmo que, como ningún otro partido, metió la mano a la Justicia durante sus gobiernos…
La sociedad política está en plena actuación. Y no importa lo que diga, por institucional que parezca. Sus acciones la delatan y muestran que la Justicia es en Ecuador -sigue siendo- uno de los trofeos más codiciados por parte del mundo político. Entre más corrupción, más apetecida se vuelve porque controlar a los jueces es lograr un pasaporte seguro hacia la impunidad. Hay casos en que esa expectativa es orgánica porque los líderes del partido concernido tienen entronques específicos para llegar a sus fines. El correísmo y el socialcristianismo tienen amplia experiencia en ese ejercicio. Pero ahora suman los políticos corruptos de Izquierda Democrática, de Pachakutik o de los independientes que quieren obtener los mismos favores.
La guerra que se libra en la Asamblea, bajo todos los eufemismos, retrata sin ambages la realidad repulsiva que vive el país. Muestra a una clase política que necesita, en forma desesperada, controlar y dominar a los jueces porque su nivel de corrupción es prominente e inocultable la longitud de sus rabos de paja.
El oficialismo y sus aliados defienden a los tres consejeros que el bloque de correístas, socialcristianos y disidentes de PK o de la ID quieren tumbar. No hay aquí un enfrentamiento por defender a gente proba. La división que se opera en este momento es sencilla: los correístas, nebotistas y sus aliados quieren alzarse con el Consejo de la Judicatura porque están seguros de que, una vez hecha esa movida, pueden cambiar jueces y desvirtuar casos que en este momento los empapela en la Fiscalía y en los tribunales.
El oficialismo quiere neutralizar esa movida. No porque los consejeros enjuiciados políticamente en la Asamblea sean insignes servidores de la Ley: su defensa sencillamente busca evitar que el sistema judicial bascule del lado del mayor bloque de oposición y de sus políticos aliados que, al igual que el correísmo, tienen en proceso cantidad de expedientes judiciales.
La guerra que se libra en la Asamblea Nacional no es, entonces, para mejorar la Justicia: es para subyugarla sin remedio. Se entiende, en ese marco, el dramatismo que rodea a este juicio y la perseverancia de Virgilio Saquicela, presidente de la Asamblea, para no cerrar la votación que les fue adversa. La necesidad, dice el adagio, tiene cara de perro.