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Como está, Lasso está bien

Avatar del José Hernández

Solo así podría haber una renovación en la comunicación que es, por su deficiente estrategia política, una de sus mayores carencias

La política ofrece siempre -casi siempre- nuevas oportunidades. En el caso del presidente Guillermo Lasso, los medios y las redes registran tal nivel de desconcierto y ansiedad en la opinión que debería provocar cambios. Poner un alto, por ejemplo, en sus apariciones públicas. Un alto breve, nada excepcional.

La situación invita, en efecto, a que Carondelet decante lo que pasa, procese políticamente el momento y evalúe o replantee su estrategia. Solo así podría haber una renovación en la comunicación que es, por su deficiente estrategia política, una de sus mayores carencias.

No lo hará y no es la única paradoja. Precisamente cuando requeriría apuntalar su estrategia para reinventarse es cuando más se ve al presidente recorriendo el país. Efectuar una suerte de retiro espiritual -figura que a Lasso no le debe ser ajena- tomaría poco tiempo. Y, entre otros beneficios, enviaría un mensaje al país: indicaría que el Gobierno escucha y tiene capacidad de ponerse en suspenso para analizar, una a una, las piezas de un rompecabezas que, en este momento, le es desfavorable. Lo es por errores de su cosecha, circunstancias imprevistas y por el afán golpista que profesa gran parte de la sociedad política que oscila entre la angurria de poder y la necesidad de impunidad.

La circunstancia política es desgastadora para el presidente y la padece toda como avalancha que se le vino encima: a la muerte de María Belén Bernal, su sobrerreacción y el edifico con “identidad de género”, se suma la broma que hizo a una señora que recibía las llaves de su casa, las nuevas matanzas en las cárceles, la confidencia de que él y su esposa llevarán unos niños y jóvenes pobres al Mundial… Sus detractores ni observan los contextos ni tienen en cuenta sus intenciones.

En la opinión que se expresa hay un ‘parti pris’ contra Lasso que es elocuente y contagioso, y que requiere, de parte del presidente, replantear los términos de esa relación. Esto no se dará sin lucidez política en Carondelet y sin entender que el mandatario debe provocar un corte porque, en la coyuntura, cada evento parece destinado a sumar en su contra. Lasso se ha convertido en un presidente que, por la razón que sea, parece moverse en pendiente enjabonada.

Los humores de la opinión dan a pensar que la iniciativa que se antoje en Carondelet -si no proviene de un replanteamiento integral- no logrará cortocircuitar la dinámica de deterioro que sufre el Gobierno. Pues bien: no hay señal alguna de que el presidente y su equipo quieran recomponer la estrategia. Lasso no solo mantiene su actitud y sigue improvisando en público en su detrimento: ha multiplicado sus viajes y la entrega de ciertas obras para responder a aquellos que acusan a su administración de falta de gestión y de deficiente ejecución del presupuesto.

El presidente sigue apegado a su libreto: él cree que se está reactivando el aparato productivo, que declarar el fin de la pandemia incrementará ciertos índices favorables de la gestión de Pablo Arosemena y que el desfase con la opinión lo puede solventar incluso reivindicando cifras del manejo macroeconómico. La mala política la endosa, con harta dosis de razón, a la Asamblea, y la buena política, que quisiera poner de su lado, la patea hacia el terreno de la Consulta Popular. La comunicación es el resumen de todo aquello con fotos y videos suyos inaugurando obras que, si nada tienen de faraónicas, lo conectan, se supone, con el país.

Así, si la política ofrece, casi siempre, una nueva oportunidad, el presidente no apostará. Sigue en lo mismo y con los mismos. Como está, está bien.