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¿Qué hace Lasso en el siglo XIX?

Avatar del José Hernández

“Los huevos”, “las pelotas”, “la fuerza testicular” no son anécdotas de señores chabacanos o machistas: es el retrato perfecto del subdesarrollo de la política nacional

¿Por qué el presidente Lasso volvió a poner "los huevos" en el debate político? En su caso lo ha hecho en momentos de debilidad política o de inmensa ofuscación. Eso no importa. Al hacerlo, resucita la familia de expresiones ("las pelotas", "la fuerza testicular", "León no se ahueva, carajo...") que han hecho parte del discurso de ciertos líderes políticos.

El presidente Lasso incursionó, de hecho, en el terreno semántico que, en forma preponderante, mejor define la forma como es pensada y operada la política en el país: una actividad conducida por caudillos, defendida y ejercida en forma violenta, dependiente de las características personales del líder que, para legitimarse, protege a dentelladas su organización y su clientela de los demás caudillos. O aspirantes a serlo.

"Los huevos", "las pelotas", "la fuerza testicular" no son anécdotas de señores chabacanos o machistas: es el retrato perfecto del subdesarrollo de la política nacional. Esos líderes no compiten entre ellos con programas visionarios, políticas y conceptos inteligentes que cambien para bien la vida de los ciudadanos. Se comparan ellos. Su capacidad de hacerse daño. Sus atributos personales. Su fuerza testicular. No es por casualidad que los historiógrafos anglosajones ven en el caudillo latinoamericano el retraso, la corrupción, la violencia, la debilidad del Estado, el predominio del campo sobre la ciudad.

Hay en el caudillismo un perfume inconfundible de Siglo XIX. Un Estado incipiente y débil donde señores poderosos, acostumbrados a hacer la guerra, se disputan el poder y, gracias a la corrupción, se enriquecen y enriquecen a sus lugartenientes y a sus clientelas. "Los huevos", "las pelotas", "la fuerza testicular" es la forma como nombran y describen esa relación de guerra mediada por la fuerza bruta que, curiosamente, creen que reside en la parte más sensible de la anatomía masculina

 El país está ahí estacionado. Rafael Correa pudo sacar la política de ese lodazal. Lo pudo hacer porque cuando llegó al poder todas las siglas (mal llamadas partidos, movimientos, sindicatos...) estaban en crisis. Él podía ciudadanizar la política porque todos los grupos que decían representar la sociedad civil fueron a Montecristi y entraron a su gobierno. No lo hizo. Prefirió la competencia de machos. Y, como en una guerra de carteles, se quedó con todo el poder. Con todos los poderes. Él fue el macho alfa.

Correa expresó y sofisticó el modelo del caudillo perfecto: el líder predestinado, el salvador supremo, el hombre que parte la historia y que debe gobernar siempre, pues es el que sabe cómo salvar al país y cómo introducirlo en la verdadera historia. Él era más que la ley, más que las instituciones. Y las relaciones con él (que encarnaba, según dijo, todos los poderes) se definían en el plano personal: entre más lealtad, más protección.

Él también dio cuerpo a las acepciones que se derivan del ejercicio personal del poder: un despotismo autoritario que, en su caso, llegó con barniz de ilustrado. Correa demostró, entonces, las consecuencias que se derivan de hacer depender la política de "los huevos", "las pelotas" y "la fuerza testicular". Jaime Nebot solo lo pudo hacer en Guayaquil.

Por eso sorprende que Guillermo Lasso regrese, así sea mediante el lenguaje, a una matriz que dijo querer cambiar. Aquello indica que el presidente no ha encontrado el punto desde el cual dinamitar el molde político que representan Correa y Nebot, sus mayores adversarios. Usar el mismo lenguaje no le sienta: Lasso no tiene porte de macho alfa. Y una mayoría en el país ya votó contra ese modelo.