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Ante el caos, ¿qué hará el periodismo?

Avatar del José Hernández

Volver complejo lo que parece simple es hoy la tarea del periodismo en Ecuador. Ese puede ser su mayor aporte ahora que se siente que avanza una descomposición social e institucional de proporciones’.

Algunos colegas van a protestar. No les gustará reconocer que el correísmo les hizo un enorme daño. Tras esa década nefasta, durante la cual muchos medios tuvieron que sobrevivir, hay periodistas que creen que este oficio es una fábrica de versiones destinada a equilibrar lo que dicen unos y otros.

Eso quisieron Correa y la Secom de Alvarado: convertir el periodismo en un ejercicio de equilibrio para pendejos. Ese gobierno llegó a la impudicia de obligar a rectificar al diario El Comercio que había publicado una nota basada en un informe del mismo gobierno. Correa, Iza y otros políticos -socialcristianos incluidos- aman eludir los hechos; buscan que los periodistas repitan su versión. Sin comentarios.

Pocos medios escapan a ese retroceso. Diario Expreso es uno de ellos como prueban, por ejemplo, sus investigaciones recientes sobre la Alcaldía de Guayaquil. Nadie negará que son los hechos, y no las versiones, la materia prima de este oficio. Y tampoco nadie negará que los hechos dependen, en buena medida, de los mapas y tableros de ajedrez en que se mueven los actores políticos y otros. Es imposible entender la información sin esos contextos.

Y así como es imposible entender la política prescindiendo de los intereses de los actores, es inviable explicar los procesos noticiosos omitiendo las lógicas internas que los producen. ¿Cuántos redactores, con micrófono en mano, informan cada día sobre el número de asesinatos cometidos por bandas en Guayaquil, Durán y Samborondón y, a la vez, censuran cada día al Gobierno por no poner fin a la delincuencia? Un despropósito, tratándose del narcotráfico. Esos redactores reducen un gran problema a un simple deseo, loable quizá, pero ajeno a la tarea conceptual que tiene este oficio en este momento: salir del maniqueísmo en el cual Correa encerró al periodismo, para ir a la complejidad de los temas que encara el país.

Muchos periodistas entrevistan a actores políticos y no los confrontan con sus prácticas y afirmaciones. Los tratan como vírgenes recién aparecidas. Mireya Pazmiño, asambleísta de Pachakutik, aliada de Leonidas Iza, por ejemplo, pudo decir, sin ruborizarse, que querían sacar a Yeseña Guamaní de la segunda vicepresidencia para institucionalizar la Asamblea. Y lo dijo en medios cuando en esa Asamblea se negociaba un golpe para sacar del cargo a Guillermo Lasso. ¿Cuál institucionalización? En este diario, Roberto Aguilar muestra, a diario, el desfase que hay entre los hechos que producen políticos como Pazmiño y las versiones que fabrican.

Solo así, con respeto por los hechos y lucidez frente a los tableros de ajedrez que manejan los protagonistas de la información, podrá el periodismo contribuir a que el país se desintoxique de versiones interesadas y ficticias inventadas por las fuentes. En ese mundo paralelo no están las soluciones reales que Ecuador necesita.

Volver complejo lo que parece simple es hoy la tarea del periodismo en Ecuador. Ese puede ser su mayor aporte ahora que se siente que avanza una descomposición social e institucional de proporciones. Correa y sus amigos hicieron creer que los periodistas son seres etéreos que respiran igual en regímenes autoritarios o en democracias imperfectas. Y no. Por supuesto citan a Kapuscinski cuando escribió que “para ser buen periodista hay que ser buena persona”; olvidan que ellos nada pueden decir sobre el particular: no son buenas personas.

Un buen periodista, que entiende que los hechos y sus mapas son lo suyo, sabe que solo se puede entender y procesar la complejidad en un ambiente democrático. Y que tiene que velar también por eso.