Correa, el adefesio del pasado
...la tendencia política de izquierda que él promociona, creyendo resucitar el modelo en el que cree, no patrocina caudillos que se eternizan en el poder ni violentan derechos humanos como en Cuba, Venezuela y Nicaragua
Si Lula da Silva ganó las elecciones en Brasil, Rafael Correa volverá al poder en Ecuador. El correísmo, con gran sentido de la oportunidad, aúpa esa narrativa directa o soterradamente. Algo parecido ocurrió tras el triunfo de Gabriel Boric en Chile y de Gustavo Petro en Colombia.
Volver al poder, en esas condiciones, no es una probabilidad; es una certidumbre. El correísmo da por sentado que la historia repasa los platos ya servidos. Si se le oye, se está repitiendo la marea que, en la primera década del 2000, llevó al poder a Lula en Brasil, Morales en Bolivia, Chávez en Venezuela, Bachelet en Chile y Correa en Ecuador. Todo se tiñe de rojo. Y suman a Castillo en Perú, a López Obrador en México..
“Volveremos a la Patria Grande”, escribe a menudo Correa en sus redes sociales. Esta es la “Nueva ola progresista en la Patria Grande”. Y no cesa de amenazar a sus opositores: “Ya les queda poco tiempo”, “El tiempo se les está acabando”, “Saben que se les acaba el tiempo”…
Correa no solo expresa nostalgia por el pasado: quiere volver a él. Y cree estar viajando al pasado, de la mano de otros presidentes de izquierda, no para enmendar o aprender de sus errores: para repetirlos. En esa añoranza, el prófugo muestra tener interferencias profundas con la realidad-real.
Primero: lo que ocurre no es un ‘remake’ del socialismo del siglo XXI en el cual él se inscribió sin llegar a admitirlo plenamente. No hay un marco ideológico común que fusione los cambios políticos que Correa identifica con lo que creyó vivir. Segundo: las condiciones económicas han cambiado sustancialmente con aquellas que, desde el 2000, sustentaron la bonanza de precios de materias primas. Tercero: en la dinámica política de la región, Correa se ubica en el pelotón más atrasado y más reaccionario de la tendencia a la cual cree pertenecer. Cercano a Maduro y Ortega, que son regímenes repulsivos incluso para los líderes que él pone de su lado.
Hay que ver las críticas directas y profundas hechas a Maduro y Ortega por parte de Boric en la conferencia que dio en septiembre pasado en la Universidad de Columbia en Nueva York. “Me enoja cuando eres de izquierda y puedes condenar las violaciones de Derechos Humanos en Yemen o en El Salvador, pero no puedes hablar de Venezuela o Nicaragua (…)”. El propio Lula pidió, en meses recientes, elecciones libres en Venezuela y dijo que debería haber alternancia de poder en Venezuela.
Creer que Lula llega al poder para repetir lo que, en forma distante acolitó a Chávez, muestra que Correa en vez de analizar lo que pasa, acaricia nostalgias malucas. Y lo que pasa es que la tendencia política de izquierda que él promociona, creyendo resucitar el modelo en el que cree, no patrocina caudillos que se eternizan en el poder ni violentan los derechos humanos, como hacen Cuba, Venezuela y Nicaragua. La canciller de Boric, Antonia Urrejola, presidió en 2021 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y allí se opuso a los regímenes dictatoriales de Maduro y Ortega.
La realidad que lleva al poder a Lula, Boric, López Obrador, Petro… tiene que ver con el deseo legítimo de alternancia política de sociedades que buscan mejores días. Juegan al error-acierto. Y esa alternancia también llevó al poder a Nayib Bukele en El Salvador, Guillermo Lasso aquí o Luis Lacalle en Uruguay. Correa sataniza la alternancia porque su modelo político es inamovible: él se ve, como caudillo supremo, eternamente en el poder.
Correa cree en la dictadura. No aprende ni admite ser un prófugo. Sueña con nostalgia -y total desatino- en una máquina del tiempo que lo regrese al pasado.