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El delirio de la señora Aguiñaga

Avatar del José Hernández

Steinitz en su delirio desafiaba a Dios. Estos deliran porque se creen perfectos y la realidad les recuerda, a diario, que son meros delincuentes

No se conoce que Marcela Aguiñaga tenga genialidad alguna. Pero ella reta fantasmas muy al estilo de Wilhem Steinitz, que llegó a desafiar a Dios y hasta ofreció darle un peón de ventaja. Steinitz era austríaco y, en 1886, fue el primer campeón mundial oficial de ajedrez. En sus últimos años sufrió delirios, fue internado en un hospital psiquiátrico cerca de Nueva York y allí murió en 1900.

Aguiñaga ni es genial ni realiza proezas. Pero tiene delirios, osa filmarlos y los sube a las redes sociales. Es lo que hizo la semana pasada como directora nacional del correísmo. Ella logró, en un video de 43 segundos, una hazaña con sello correísta: mentir (“en nuestro accionar hemos comprobado que trabajamos de manera transparente y clara”), ser cínica (“rechazamos categóricamente que hoy se nos pretenda vincular con el procesado Carlos Pólit”) y ser desfachatada (“exigimos que el señor Pólit diga toda la verdad”). En esa colección apretada de estereotipos y lemas volvió a retratar de cuerpo entero la organización a la que pertenece.

En redes sociales -esto desde hace años- es motivo de chiste y materia prima de memes, la actitud de Rafael Correa con aquellos funcionarios o coidearios llamados a rendir cuentas ante la Justicia. Apenas se entera de sus fechorías, los somete a un trato automático y uniforme que condensa en una frase, ahora famosa: “no lo conozco”.

Esa es la señal inequívoca de que se encuentra ante un peligro inminente. Y reacciona como si padeciera de delirio de negación de la realidad. No hay cómo perderse: Correa y los suyos huyen de los espejos. En su narrativa mefistofélica, en la cual el diablo se inspira en la Biblia, los delincuentes son gentes de manos limpias y corazones ardientes. En la realidad, esos delincuentes descubiertos, producto de su sistema, son vistos como una amenaza letal. Aguinaga niega y se desvincula de Pólit como Correa lo hizo de Pareja Yannuzzelli o Álex Bravo, sus alfiles en Petroecuador, sentenciados por cohecho y otros delitos.

No se trata, con ese tipo de fintas semánticas, de engañar a la Justicia: contra ella ya inventaron un antídoto: el concepto de ‘lawfare’. Hacer creer que sus enemigos usan políticamente los procesos legales contra ellos. Aquí se trata de mantener intacta ante sus fieles la ortodoxia correísta. La pacata idea de pureza revolucionaria y de infalibilidad del jefe: no puede un prócer rodearse de delincuentes. Ni equivocarse.

El mito correísta que brega por mantenerse, a pesar de la debacle que representa tener condenados y huidos y a su líder sentenciado y prófugo, se construyó como una alegoría religiosa. Aguiñaga, por reflejo condicionado, sabe dónde están los resortes esenciales sobre los que debe insistir: habla de claridad y transparencia. Y de verdad. Y como Steinitz desafiando a Dios, ella desafía a Pólit a que diga la verdad. Y que dé los nombres “de aquellos corruptos que se beneficiaron de los fondos públicos”. Una fantochada. Pero a los correístas no les queda más. Dicen “verdad” para referirse no a sus actos, no a los hechos que los señalan como delincuentes sino a la ortodoxia reducida a mera apología.

Aguiñaga habla de la verdad en el juicio a Pólit como Correa reclama una “Comisión de la verdad” en el suyo. En los dos casos, esa verdad tampoco se refiere a la realidad sino a sus deseos. Aguiñaga toma cita desde ahora: si Pólit los involucrara ante la jueza, no habrá dicho la verdad. Como los jueces que condenaron a Correa.

Steinitz en su delirio desafiaba a Dios. Estos deliran porque se creen perfectos y la realidad les recuerda, a diario, que son meros delincuentes.