Ecuador: exportador neto de incertidumbre
El ejercicio es reiterativo y es decepcionante. Periodistas y representantes de inversionistas llegan a Ecuador con ganas de entender, de encontrar certezas. Desde afuera es obvio que las cifras macroeconómicas, los informes de bancos y calificadoras y el riesgo país solo pueden suscitar perplejidad y duda. Llegan al país, se reúnen con representantes del Gobierno, cámaras de la producción, empresarios, instituciones financieras, políticos, economistas y analistas, hacen preguntas escuetas y directas, toman notas y se van peor de lo que llegaron. No encuentran certezas para el momento y tampoco para el futuro inmediato. Las perspectivas que construyen, oyendo a sus interlocutores, son peores de lo que imaginaban.
Ecuador irradia inseguridad porque ha perfeccionado mecanismos de todo tipo, sobre todo políticos, para producir incertidumbre. En ese contexto, los actores económicos interactúan con horizontes chatos que, a su vez, producen desconfianza e indecisión. El resultado es una cultura reactiva totalmente adversa a la inversión, el emprendimiento y la tan cacareada prosperidad. Ecuador vive en ese círculo vicioso y esa realidad modela las actitudes desconfiadas y azarosas de la sociedad en su conjunto.
La normalidad en Ecuador no es la que vive alguien que llega del llamado primer mundo. La impresión que se lleva es que aquí los ciudadanos son prisioneros de un nudo gordiano, del cual no se sienten responsables. Que son inconscientes de las condiciones y circunstancias que provocan la situación económica en la que viven. Que no les importa el monto del déficit fiscal, sus causas y consecuencias. Que no imaginan lo que significa tener que endeudarse para mantener el país funcionando a medio gas ni hacen diferencias entre pedir plata a los chinos o a los multilaterales. Que en Ecuador hay hasta políticos viejos que echan la culpa al Fondo Monetario Internacional por la plata que derrochó el correísmo.
No entienden por qué este gobierno no emprendió las reformas necesarias cuando más capital político tenía. Ni por qué los más pobres y los que se dicen sus representantes se oponen a que se eliminen los subsidios para los que más tienen. Se preguntan si el Gobierno podrá hacer reformas de cajón (la monetaria, la de finanzas públicas o la laboral) en el primer trimestre del año entrante, porque después la fiebre electoral lo impedirá. Se preguntan por qué no es evidente para la sociedad hacer, en forma urgente, una reforma laboral que permita crear condiciones para incrementar los puestos de trabajo en un país donde hay cinco millones de personas sin un trabajo formal.
No entienden qué sucede con Lenín Moreno. Pero su desconcierto crece cuando preguntan por qué el panorama electoral sigue abierto y es totalmente impredecible. Se preguntan por qué ya hay alrededor de una decena de precandidatos a la Presidencia y se frotan los ojos cuando oyen que esa lista puede aumentar. ¿Cómo puede tener Ecuador certezas con esa fragmentación de la cual puede resultar cualquier cosa? Se preguntan qué puede pasar con las reformas que tibia y parcialmente emprendió Moreno con el FMI. ¿Habrá continuidad en el próximo gobierno? ¿Ejecutará el programa que quede por hacer? ¿Achicará el Estado? ¿Qué hará para atraer inversión y cambiar los mecanismos que generan incertidumbre? ¿Cómo logrará los consensos mínimos sin los cuales la viabilidad del país se hace cada vez más improbable?
No hay cómo responder asertivamente. Lo único seguro es corroborar que el país es un productor contumaz de incertidumbre. Y admitir que es lo que más exporta.