Sin líderes y hacia las tinieblas

Y ninguno, ahora que el país se disgrega y que la anomia institucional se desparrama, se siente concernido
No podrán decir que no estaban prevenidos. Se sabía que en Colombia, con guerrilla y narcotráfico, los empresarios y otros sectores terminaron refugiados en condominios lujosos, metidos en carros blindados y rodeados de guardaespaldas. Privados de placeres simples como ir a comprar libros o a comer helados los domingos con la familia.
Se sabía que en Ecuador había bandas y que el narcotráfico venía lavando centenares, miles de millones de dólares. Se sabía que había zonas del país (en el norte, en el sur) donde el Estado perdió soberanía desde hace lustros y donde fiscales y jueces son empleados -voluntarios o bajo amenaza- de los nuevos señores de la guerra.
Se sabía que el país se había convertido en territorio de paso de estupefacientes. Y que había bandas que pugnaban por quedarse con esos corredores y con los negocios vinculados; el del microtráfico entre ellos. Se sabía que el fenómeno del narcotráfico rondaba la sociedad política y que había ya narcopolíticos. Todo eso se sabía. La corrupción es evidente.
Los grupos dirigentes no han escuchado. En Guayaquil se guarecieron tras “el modelo exitoso” y fingieron no ver, no muy lejos de sus casas, ciudadelas de hacinamiento y miseria. En Quito y Cuenca olvidaron lo que habían hecho sus abuelos, negociaron con el correísmo y cerraron los ojos sobre sus exabruptos y sus vínculos con los narcos. Y ninguno, ahora que el país se disgrega y que la anomia institucional se desparrama, se siente concernido cuando se pregunta cómo contribuirá a frenar y revertir este descenso vertiginoso a las tinieblas.
A nadie, en este contexto, le sorprende que en el Financial Times, un columnista -Martin Wolf- reflexione sobre cómo salvar la democracia liberal y el capitalismo. Aquí no se ve urgencia alguna en preguntarse qué hacer ahora que el país y sus ciudadanos están bajo ataque. Salvar al país suena a utopía romántica. Una exageración retórica y hasta peligrosa, digna de sociólogos vagos.
Muchos culpan al Gobierno de todo lo que pasa. Esa es la fórmula que la sociedad política maneja y que los grupos dirigentes -desde empresarios hasta sindicalistas- han comprado: culpar al gobierno de turno, esperar a que se vaya o botarlo y volver a empezar. Pero, claro, esa fórmula ya no alcanza. Ni resuelve el problema ni diluye los factores estructurales de la desgracia; el narcotráfico en especial está ahí, enraizado y activo.
En definitiva, la sociedad política no alberga alternativas de cambio. Ha paralizado a Lasso y aquellos que pugnan por botarlo son, a su vez, los responsables de agravar la desgracia: populistas sin remedio, protectores directos o indirectos del narcotráfico, enemigos de la extradición, dinamitadores de la democracia y del capitalismo. Correa, Nebot e Iza lucen a gusto en el mismo costal.
En esas circunstancias, la pregunta sigue siendo: ¿qué van a hacer los grupos dirigentes? La sociedad política -cada día más tóxica y con más aventureros- es hoy un candado para el país. Sus tiempos solo responden a sus apetitos en desmedro de los ciudadanos y del país productivo en general.
Refugiarse, por ejemplo, en el discurso empresarial (damos trabajo, pagamos impuestos) es insuficiente. Y expandir la obra social, como algunos hacen, incluso aportando buenas cantidades de dinero, suma en la buena conciencia, pero es insustancial en términos de política pública.
Nadie espera que los grupos dirigentes hagan proselitismo partidista. Pero sí que generen alternativas, masa crítica y que digan lo que harán para, entre todos, evitar que el Ecuador se hunda definitivamente en las tinieblas.