El mayor problema del presidente

Explicar siempre será mejor que competir en exabruptos con los guacharnacos
¿Cómo le fue al presidente Lasso en China? ¿Regresó con la maleta tan ligera como dicen sus adversarios? El resultado del viaje tiene que ser analizado a la luz del estado real de las relaciones con ese país. ¿Qué tan importante es haber firmado un Memorando de Entendimiento para iniciar negociaciones de un Tratado de Libre Comercio? ¿Qué tan trascendente sería firmarlo a fines de este año en Guayaquil? ¿Habrá -en cuánto tiempo y en qué condiciones- un reperfilamiento de la deuda externa? ¿Será desvinculado el petróleo en los contratos de la deuda? ¿Seguirá arrasando la flota de barcos chinos lo que encuentra cerca de Galápagos? ¿Qué pasará con Coca Codo Sinclair; capítulo espinoso ignorado en la agenda?
No se entiende la acción del gobierno sin un enorme trabajo de explicación. Explicación, no propaganda. Solo así la opinión puede tener elementos reales de juicio sobre las discrepancias con la China, sus términos, los tiempos para su procesamiento, las obligaciones firmadas por el correísmo, los beneficios para el país… No se trata de justificar inacciones o transar con la ineficacia. Se trata de realizar el ejercicio mínimo pertinente cuando se encara la política pública: dialogar con la realidad.
El mayor problema que tiene el gobierno de Guillermo Lasso está ahí: no explica. No contribuye a que el país supere la costumbre de pensar con el deseo y preferir las consignas y los lugares comunes a las cifras y los hechos. En este contexto, el gobierno no ha entendido que, aunque produzca resultados en algunos temas, siempre serán exiguos frente a la marea de problemas y expectativas. Siempre serán insuficientes frente a los apetitos de esa horda de políticos que ha convertido su oficio en una operación de secuestro institucional y saqueo de los fondos públicos.
Explicar no es dejar de gobernar. Tampoco es una muestra de incapacidad. Es una tarea indispensable para que los ciudadanos sepan a dónde van, qué etapas deben transitar, qué dificultades deben sortear y qué beneficios obtendrán. Solo así se puede avanzar en forma sostenible y racional en la solución de problemas más urgentes que tiene el país.
Un ejemplo paradigmático es lo que sucede con el empleo. El presidente Lasso habló de un nuevo código laboral, paralelo al existente, que no desconozca derechos y que responda a las nuevas formas de trabajo y modelos de vida de las empresas y de los ciudadanos. Partidos y sindicatos jurásicos se oponen pretendiendo congelar la sociedad contemporánea en una lesgislación que tiene 80 años. ¿Qué hizo el presidente? Decir que podría enviar el tema a consulta popular en las elecciones de 2023. ¿Y mientras tanto?
Ese es el ejemplo típico de ruptura cultural que necesita el país. Y para hacerlo efectivo, se requiere explicar profusamente las dinámicas de una sociedad atravesada por cambios tecnológicos, revolución en los mercados, nuevos estilos de vida en los cuales los jóvenes ya no conciben trabajar 40 años en el mismo sitio. O en el mismo oficio.
Cambiar el código laboral no es una opción: es una obligación no querida por un gobierno sino impuesta por la realidad. Explicar y debatir con la sociedad es una tarea de alta política en este momento. Y solo así se podrán enfrentar las urgencias que los políticos tapan o disfrazan mientras posicionan sus agendas, donde no aparece el desempleo, la pobreza extrema, la desnutrición crónica infantil, la inseguridad, el narcotráfico, la crisis del IESS. Problemas que, para ser solucionados, necesitan ser explicados.
Explicar siempre será mejor que competir en exabruptos con los guacharnacos.