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¿Nebot y Correa son lo mismo?

Avatar del José Hernández

El hecho cierto es que ese voto duro no encuentra contendores en el sector democrático que está absolutamente fragmentado

Hay formas de hacer el balance de las elecciones del 5-F. Una es la que utilizó, este sábado 11, Pedro Pablo Duart en EXPRESO. En una de sus respuestas dijo que se presenciaron dos funerales en Guayaquil: el del Centro Democrático y el del Partido Social Cristiano.

Del Centro Democrático de Jimmy Jairala no hay nada qué decir. Salvo, quizá, que la democracia no le debe nada. Por el contrario. Y que si su derrota puede leerse como un funeral, hay muertos políticos que deberían ser celebrados.

En cuanto al PSC, una forma de analizar lo que sucedió es endosando, como hace Duart, la responsabilidad a Cynthia Viteri. Es simplista e inocuo, y él lo debe saber. Es claro y es visible que la debacle socialcristiana cobija a la dirigencia de ese partido y, en particular, a Jaime Nebot. Dicho esto, esa derrota electoral tiene que ser analizada en perspectiva por lo que revela e implica. Lo primero es que acarrea un hecho político de carácter nacional: la crisis profunda, no de una tendencia que no existe orgánicamente, pero sí del territorio político que es el suyo; el centroderecha.

Lo segundo es que esa derrota muestra la indigencia de representación política de los sectores más tradicionales, más democráticos y también más poderosos del país. En ese sentido, la derrota del PSC se suma a la desaparición de CREO y a la implosión de otras tendencias políticas que hacían parte del establecimiento democrático del país.

Se puede decir que el correísmo solo representa alrededor del 20% del electorado. Con picos en algunas ciudades, como Guayaquil. El hecho cierto es que ese voto duro no encuentra contendores en el sector democrático que está absolutamente fragmentado, como se observó -otra vez- en la elección de alcaldes de Guayaquil y de Quito. Y cuyos líderes están dedicados -como es el caso de Jaime Nebot- a tareas que tienen mucho que ver con su agenda personal y muy poco con la construcción de un alternativa real de poder.

Pongámoslo así: no es un consuelo para los dirigentes del PSC, pero su crisis es también la del conjunto de la sociedad política democrática. Todos requieren voltear la tortilla y eso significa, en primer lugar, hacer el diagnóstico correcto. Pero ni Nebot ni los dirigentes que producen esa inmensa fragmentación en el campo democrático lo harán. Todos hacen lo mismo que Alfredo Serrano, presidente del PSC: mentirse (“no paramos de crecer”) y buscar desesperadamente chivos expiatorios: Guillermo Lasso, los chimbadores, las rencillas…

Todos insisten en señalar factores externos, deficiencias estratégicas o de comunicación. No se preguntan por su identidad política, el cinismo que los habita, los valores que un día profesaron y, en definitiva, por quiénes son y a quiénes quieren representar.

Se han alineado por lo bajo con aquellos que un día combatieron y, se han asimilado tanto a ellos, que el electorado terminó por creer que son lo mismo. Que el PSC haya perdido la alcaldía de Guayaquil y la prefectura del Guayas con el correísmo, un partido que Nebot fustigaba en sus discursos en la 9 de Octubre, debería sonar todas las alarmas. Pero no: el PSC sigue pensando que su salvación está en sacar eventualmente a Lasso del poder en alianza con el correísmo, con el que ahora se repartirá instituciones en el CPCCS.

La crisis de la política que está dejando sin alternativa de poder al Ecuador decente está ahí: políticos que no distinguen democracia de cleptocracia, república de populismo, decencia de corrupción. El PSC, por supuesto, jura no ser como el correísmo. Resulta curioso que ahora le toque demostrarlo.