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La política es la alcantarilla

Avatar del José Hernández

De la ciencia y oficio de los que piensan u operan los asuntos públicos, la política descendió al lodazal de los filibusteros, corruptos y cínicos

En la política siempre ha habido plomeros. Militantes que, en realidad, se dedican al trabajo sucio. A operativos muchas veces anónimos o, en caos, espectaculares como el de los manteles protagonizado por el correísmo en 2007.

Tradicionalmente los partidos no los exhibían. Los consideraban un mal necesario. Políticos expertos en arquitecturas clandestinas que convivían con políticos supuestamente de manos limpias, dedicados al debate nacional. Esa era la política tradicional.

Pero ahora se degradó al punto que hoy los plomeros -verdaderos expertos en alcantarillas- son los que dan la cara ante las cámaras o presiden las comisiones ocasionales que, en esta Asamblea, fabrican informes sobre medidas para dar golpes de Estado.

La paradoja no puede ser mayor. La política y su show están reservados a personajes impresentables, desprovistos del mínimo recato, impúdicos hasta merecer todos y cada uno de sus sinónimos. Y eso produce espectáculos sórdidos en la Asamblea. Tener, por ejemplo, a Pedro Zapata, representante del PSC en la Comisión Especializada Ocasional, en una rueda de prensa, al lado de Mireya Pazmiño, que no paraba de decir disparates. Al punto que Viviana Veloz, presidenta de esa comisión, prefirió retirarse.

El nivel de la política es ahora el de personajes como Mireya Pazmiño, Viviana Veloz y otros y otros asambleístas dedicados a complotar a tiempo completo. A Pazmiño no le importa si incluyó en el informe contra Lasso falsedades o si se dedicaron a tergiversar hechos o hacer decir al informe del exsecretario Luis Verdesoto cosas que no están sino en la imaginación de los que dicen haberlo leído.

Para ella -y lo dijo en forma clara- eso es política: mentir, falsear, adulterar. Política es atentar contra la razón, boicotear el sentido común. Política es creer que tiene licencia para decir cualquier cosa y hacerlo. Decir, por ejemplo, que los problemas del país se solucionan si tumban a Lasso. Decir que lo operaron del peroné y al día siguiente estaba caminando. Política es hacer creer que Guillermo Lasso está loco. O mantener que Leonardo Cortázar metió dinero en su campaña, cuando el presunto narcotraficante lo ha negado en forma tajante.

Política es jurar que el presidente debe irse por traición a la patria. Y al día siguiente -ante la imposibilidad de hacer tragar tal aldaba a la opinión- cambiar la causal y querer enjuiciarlo por omisión en delitos contra la administración pública. O por incapacidad mental. O por lo que sea.

Total -y en eso hay que agradecer la franqueza de Mireya Pazmiño- ella dijo que hay tal cantidad de posibilidades que si no es lo uno; pues lo otro. Su cometido no es probar culpabilidad alguna de Lasso sino tumbarlo. Por eso pidió a la Corte Constitucional que no juzgue en función de la ley sino escuchando al pueblo; es decir, a ella y demás golpistas. Y si no los escucha -y también lo dijo suelta de huesos-, “tenemos las calles”.

El espectáculo podría ser desenfadado si no fuera dramático. Porque lo que hacen Pazmiño, Veloz, Pamela Aguirre y tantos otros -histéricos o no- es lo único que produce la política. Y la gente de Jaime Nebot los secunda. Esa política sórdida ya no está en las alcantarillas, ahora tiene horario triple A y es lo único que hay en las tarimas.

De la ciencia y oficio de los que piensan u operan los asuntos públicos, la política descendió al lodazal de los tahures, filibusteros, corruptos y cínicos que hoy se muestran como son ante la opinión nacional. Aparentemente sin costo alguno. Esa es la gente que está fabricando un golpe y su único mérito es decirlo sin ambages.