Premium

¿Política o fachada de lo abyecto?

Avatar del José Hernández

Así han ampliado ese espacio donde caben intereses protervos, movidas para complotar, hacer negocios, limpiar expedientes, proteger coidearios, escapar a los controles de la Contraloría o sencillamente amenazar fiscales...

Si es banalización o muerte importa poco. El hecho cierto es que la sociedad política decidió, a pesar de todos los males urgentes que necesitan respuesta en el país, vaciar la política de todo su contenido. Y reemplazarla por artificios verbales, conspiraciones y juegos fatuos en la Asamblea Nacional. O por payasadas en TikTok. En este sentido, Roberto Aguilar mostró, este domingo en este diario, en qué han convertido los políticos la campaña para las seccionales.

Esos no son síntomas: son los resultados cantados de la regresión implacable de la política en el país, que sí tuvo líderes de todos los bordes con ribetes programáticos: Jaime Roldós, León Febres-Cordero, Osvaldo Hurtado, Rodrigo Borja, Jaime Hurtado… para solo citar algunos de aquellos que incidieron en el país desde el retorno a la democracia.

La última movilización social, alrededor de un programa político, se hizo a propósito de la elección de Rafael Correa. Cientos de colectivos sirvieron de peldaño para su ascenso al poder y participaron en la elaboración de la Constitución de Montecristi; muchos de ellos con la expectativa errónea de pesar en su aplicación.

La decepción causada por el correísmo no es ajena al desencanto que el país arrastra. Y el manejo del poder convirtió al correísmo, en diez años, exactamente en lo contrario de lo que quiso combatir y superar. Hoy es sinónimo de autoritarismo, estatismo, persecución a sus críticos, ataque a la prensa libre, corrupción y apoyo al narcotráfico. Es decir, superó con creces al socialcristianismo, modelo que se propuso desterrar del país.

Los dos, no obstante, se han dado la mano para metamorfosear la política en herramienta de disimulo. Así han ampliado ese espacio donde caben intereses protervos, movidas para complotar, hacer negocios, limpiar expedientes, proteger coidearios, escapar a los controles de la Contraloría o sencillamente amenazar fiscales que, gracias a sus investigaciones, podrían acabar con biografías ficticias construidas al amparo de la extorsión política.

Socialcristianismo y correísmo poseen, sin haberlo patentado, el modelo de hacer política en el país. Política de intereses personales, negocios, movidas mezquinas y oportunismos cicateros que en forma alguna perfilan un país mejor.

Es tan descomunal el modelo, por los beneficios y la impunidad que conlleva para sus devotos, que son pocos los políticos que escapan a su dominación. Ahí está el caso de Jorge Guamán, exprefecto de Cotopaxi por Pachakutik. Ahí está Eckenner Recalde, acusado de diezmero y salvado de ser expulsado de la Asamblea por el correísmo y parte de Pachakutik. O Rosa Cerda, asambleísta indígena de Napo, famosa por invitar a los suyos a robar bien: fue sancionada apenas con ocho días sin remuneración.

No es TikTok la que banalizó la política o la convirtió en un oficio sin ética. Es ese modelo vacío de país, sin ideas y sin valores, organizado alrededor de intereses -pero no del interés común- en el cual pesa más -como en las organizaciones mafiosas- la lealtad al líder que las habilidades para reflexionar, guiar, procesar la complejidad y proponer nuevas fórmulas para operar políticas públicas.

Lo demás ha venido por añadidura. El resurgimiento de impresentables como Luis Almeida. Políticos que se victimizan por ser mujeres (las correístas son expertas) o indígenas (Leonidas Iza). Jóvenes que llegan como promesas de renovación -Esteban Torres o Yeseña Guamaní- y terminan siendo del bulto; servidores fieles del modelo.

La política se está muriendo porque ha sido convertida en la fachada de lo más abyecto, de lo innombrable.