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Presidente, apure por favor

Avatar del José Hernández

No, lo que vive el país no es estabilidad: es una disgregación política y social que conduce a la anomia

El retiro de César Rohon de la Asamblea, tras el efectuado por Diego Ordóñez, ratifica dos hechos. Uno, la Asamblea funciona de espaldas a las urgencias que viven los ciudadanos. Dos, lejos de ser un puntal, se volvió un peligro para el país. Rohon fue categórico: hay que cerrarla.

La renuncia del asambleísta por Guayas ilumina, para aquellos que se resisten a verlo, la estrategia macabra que une a Rafael Correa con Jaime Nebot y Leonidas Iza. Rohon no solo pincha el discurso rimbombante de Nebot, por ejemplo: muestra, sin citarlo, que los objetivos que lo mueven y en los cuales coincide con Correa e Iza, están lejos de responder a las necesidades del país. Son sus agendas.

Ellos no son los únicos pero sí los principales responsables de la dinámica que describió en su discurso de despedida: un legislativo que ha fallado al país, que no legisla, que vive ensimismado entre cuatro paredes, que no va a ningún lado, que no aporta a la gobernabilidad, que no hace buenas leyes para, entre otros beneficios, atraer inversión, dinamizar el empleo, permitir que la fuerza pública haga mejor su trabajo o que los políticos que ganan, puedan gobernar.

Rohon dijo que este estado de cosas ya no da más, que hay que cortar por lo sano y volver a empezar. Dicho de otra manera: el problema no es Guillermo Lasso, aunque cometa errores o haya votado impuestos. Es el sistema político que produce ingobernabilidad, ceguera institucional, fragmentación, ambiente permanente de conspiración en un país incapaz de pensarse como un proyecto nacional.

El exasambleísta dio la razón, sin decirlo, a todos aquellos que, de una u otra forma, han descartado la posibilidad de componer la situación política con alianzas inconfesables. O con votos que no comprometen un programa de reformas.

En el primer caso, una alianza con el correísmo -que Lasso descartó antes de posesionarse- en la cual algunos insisten. Y lo hacen creyendo que nada de fondo se juega si el presidente contribuye a que el exgobernante prófugo alcance la impunidad que persigue.

En el segundo caso, aliándose más firmemente con la Izquierda Democrática, Pachakutik y los independientes. Una alianza política en la cual el presidente tendría que prescindir de las reformas que impone la contemporaneidad (ejemplo, las nuevas formas de empleo y de contratación) y de los acuerdos comerciales tan necesarios para dinamizar el aparato productivo y traer dólares al país.

Esas dos opciones son dramáticas. También lo es la muerte cruzada. No hay una salida segura y cualquiera que se asuma trae riesgos. Pero el hecho cierto es que el presidente está abocado a tomar una decisión crucial e inmediata. Está llamado a romper este inmovilismo nocivo para el país, que nutre la conspiración del trío Correa-Nebot-Iza y el desencanto de la población. Inmovilismo nocivo que algunos confunden con estabilidad. No, lo que vive el país no es estabilidad: es una disgregación política y social que conduce a la anomia. Y la muerte cruzada y la consulta popular -si el presidente tomara esas decisionesdeben ser vistas como un reto para replantear reglas, redefinir la cancha y los actores que en ella juegan.

Eso no basta. El país necesita tareas movilizadoras que lo unan. Por supuesto, y entre otras, el empleo o la lucha contra la delincuencia. Pero también proyectos transversales con incidencia inmediata y en los cuales confluyan ciudadanos y políticos de todo lado: limpiar el agua del país, informatizar las escuelas, volver el turismo una verdadera industria...

No solo nuevas reglas: también sueños realizables que den norte y sentido al país