Y el PSC resucitó a Almeida

Aquí los partidos son meros clubes de amigos con gerentes propietarios. Colectivos ajenos a la actividad realmente política e intelectual, que lucen petrificados en las ideas...’.
Luis Almeida es, por lo visto, el asambleísta de mostrar que tiene el Partido Social Cristiano (PSC) en la Asamblea. ¿Un indicio de lo que es hoy ese partido? Hay cuadros socialcristianos que se preguntan por qué Almeida regresó al PSC en 2019, luego de haber sido expulsado (1994) y de haberlo traicionado en 2004 para irse con Sociedad Patriótica; partido con el que votó por la Pichi-Corte y fue diputado de 2009 a 2013.
También se preguntan por qué se ha producido lo que, a sus ojos, es una involución. En la anterior legislatura voceros de ese partido eran, por ejemplo, César Rohon, María Cristina Reyes y Henry Cucalón. Rohon abandonó el partido, Reyes es parlamentaria andina y Cucalón (que tampoco podía repetir en el legislativo) está partidariamente desaparecido.
Reyes (41 años) y Cucalón (49 años) están, en términos futbolísticos, en la banca, mientras el PSC juega con la generación contemporánea de Jaime Nebot (75 años), como Carlos Falquez (79 años) o ligeramente menores, como Alfredo Serrano y el mismo Almeida, que tienen alrededor de 65 años. Es verdad que la edad nada tiene que ver con las ideas. No obstante, se comprueba, otra vez, que no hay relevo y que el PSC recicla personajes altamente polémicos por sus actuaciones. Hay desazón, en todo caso entre viejos cuadros o simpatizantes de ese partido, cuando comparan el perfil de Almeida con los de Rohon, Reyes o Cucalón: hay retroceso.
El partido de Jaime Nebot ilustra, en forma paladina, cómo se piensa y se hace política en el país. En cualquier sociedad democrática, los partidos responden a una doctrina. No solo eso: muelen ideas, tratan de sintonizar a diario su pensamiento con las realidades, animan la conversación pública y conversan en forma civilizada con los gobiernos de turno. Ningún político, en esos países, está pensando en acortar los períodos presidenciales o en lavarse las manos en temas fundamentales como la creación de empleo, o escabrosos como la violencia producida por el narcotráfico y el terrorismo.
Aquí los partidos son meros clubes de amigos con gerentes propietarios. Colectivos ajenos a la actividad realmente política e intelectual, que lucen petrificados en las ideas y que, pasados los periodos electorales, se refugian enteramente en la actividad legislativa. Política para ellos es hacer declaraciones de principios ante las cámaras y entregarse a manejos turbios por debajo de la mesa. En sus tratativas incluyen, en general, obtener el dominio administrativo de sectores (aduanas, Inecel, Petroecuador, CNT…), total impunidad para sí y poner sus zonas de influencia por fuera de la acción fiscalizadora de los entes de control.
Se dice entes de control y aparece Luis Almeida. En Quito, en el Cpccs presidido por Sofía Almeida, su sobrina, se conoce su empeño por controlar la mayoría que responde políticamente al correísmo, al socialcristianismo y al ex-MPD representado por David Rosero. Y tener la mayoría en ese organismo significa poder designar a los funcionarios responsables de todos los organismos de control. El cargo más apetecido, en este momento, es la Contraloría General del Estado.
En los hechos, los Almeida han perdido la mayoría en el Cpccs, aunque nadie puede darla por muerta. Es ese apetito por el botín que durante el correísmo significó corrupción e impunidad, que ha llevado de nuevo a Luis Almeida a la vitrina política. Y esto, como es lógico, ha disparado interrogantes sobre la decadencia política de un partido que, para proteger la hoja de vida de sus viejos dirigentes, no vacila en mirar por el retrovisor y jurar que avanza.