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Quito no olvida ese octubre

Avatar del José Hernández

Y la profundidad de la herida causada, particularmente en Quito, durante once días de terrorismo callejero

Ni perdón ni olvido. Quito no supera el traumatismo sufrido en 2019: once días de asedio, caos, miedo, violencia, impotencia, encierro, paralización. Once días de dolorosa orfandad a la que fue sometida la ciudad por parte de indígenas y de los correístas y sus grupos aliados organizados para destruir, robar, quemar y aterrorizar a los ciudadanos.

Quito no olvida ni supera esos días de desesperación y agobio. Y por lo visto, el correísmo y los indígenas -que suman 73 votos en la Asamblea- siguen sin entender la profundidad de la herida que causaron en Octubre-2019. Y que han revivido con la amnistía. En las redes sociales se han colgado recuerdos de aquellos once días que son, en realidad, pesadillas.

Eso explica por qué, tras la amnistía, Quito fue en redes sociales primera tendencia durante tres días. Fernando Villavicencio, uno de los 99 asambleístas que votaron a favor de amnistiar 268 personas en líos con la Justicia, también sufrió un rechazo sin tregua. Apenas publicada la noticia, y a pesar de su lucha contra el correísmo y de su acción en la Comisión de Fiscalización, encaró una ola de críticas sin precedentes, tuvo que explicar su voto y pedir perdón. Y sin embargo, muchas personas dijeron en redes sociales haberle retirado su confianza.

Los quiteños no admiten que los causantes de esos días de terror hayan sido exculpados gracias a un informe mentiroso de la Comisión de Garantías Constitucionales. No solo falta a la verdad en sus motivaciones sino que falsea los hechos. Lo más grave: ese informe no discriminó entre aquellos que, equivocados o no en sus planteamientos, son reales defensores del agua y de la naturaleza. Y aquellos acusados de delitos terroristas. Los mezclaron. Y en Quito no hay huella en su historia de protestas con las características de octubre-2019.

El asedio y el bloqueo fueron programados como operaciones militares. No solo se buscó paralizar la ciudad sino mantener acuartelados a los ciudadanos en sus domicilios y paralizados de miedo. Carlos Andrés Vera en el primer capítulo de su documental Laberinto, prueba, desmintiendo a Paola Pabón, correísta y prefecta de Pichincha, que esa protesta no fue espontánea.

No es la única mentira del correísmo. Luis Calva -el personaje más poderoso de esa primera entrega- desmonta, sin proponérselo, otra mentira: la lucha del sur contra el norte de Quito. Calva es un habitante de Guamaní, al sur, y rehace, en el documental, el camino que debía llevarlo a su casa. No lo logró por la cantidad de obstáculos puestos en ese camino por los manifestantes y su actitud decididamente violenta. La cámara registra, en el recorrido, las casas y los comercios del sur. Ahí está el pueblo. Pues bien: ellos también fueron víctimas del bloqueo y de la operación sicológica montada para que los ciudadanos tuvieran la certeza de que podían morir si se oponían a la protesta o pretendían vivir normalmente en esos días.

Ese pánico provocado perseguía que adhirieran, por la fuerza, al motivo central de la protesta: tumbar el gobierno de Lenín Moreno y permitir el retorno de Correa y sus seguidores prófugos. El sur de Quito no fue, entonces, como dice la narrativa del correísmo, el sector aliado que convivió en armonía con esas hordas que aterrorizaron, igualmente, barrios residenciales y el centro de la capital.

Quito no perdona y la amnistía solo ha servido para medir dos hechos: la desconexión con la ciudadanía de la sociedad política; en especial del correísmo y la Conaie. Y la profundidad de la herida causada, particularmente en Quito, durante once días de terrorismo callejero.