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Juan Carlos Díaz Granados: Puerta de embarque a la institucionalidad

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Sin Estado de derecho la situación se complica

El hijo de un amigo comentaba que: “Uno siente que ha regresado a Ecuador no al aterrizar, sino al llegar a la puerta de embarque del avión en el extranjero”. Esta observación esconde una crítica a nuestra cultura. ¿Por qué, al cruzar esa línea imaginaria, parece que olvidamos las reglas que disciplinadamente seguíamos en el extranjero?

En los países desarrollados la mayoría de los ecuatorianos respetamos las normativas porque sabemos que las instituciones están diseñadas para hacer cumplir las leyes mediante mecanismos coercitivos efectivos. Este contraste se vuelve frustrante al retornar a nuestra realidad, donde resulta incómodo que pocos cumplan, mientras los demás parecen burlarse de las limitaciones institucionales que nos afectan.

Esa imagen se repite en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana: desde la infracción de normas de tránsito hasta los impuestos, pasando por la política. La justicia y el poder del Estado son ineficaces, lo cual socava la confianza en las instituciones y mina el progreso.

Un policía en Dinamarca no solo hace cumplir la ley; su presencia garantiza que se respeten las normas, porque existen consecuencias.

Una democracia es efectiva cuando se respeta el marco institucional. Sin contrapesos dentro de las instituciones y poderes del Estado, el sistema se vuelve vulnerable ante el abuso. Ecuador carece de la imparcialidad necesaria para que sus instituciones funcionen adecuadamente. Requerimos que quienes dirijan estas entidades actúen sin importar quién esté en el poder temporalmente, con políticas a largo plazo.

Los recientes escándalos han evidenciado la fragilidad de nuestros cinco Poderes del Estado. Las instituciones públicas no garantizan ni la protección de derechos ni el cumplimiento de obligaciones. Sin Estado de derecho la situación se complica.

Tal vez, la reflexión del hijo de mi amigo sobre la puerta de embarque nos brinda la oportunidad de fortalecer nuestra institucionalidad, comenzando por exigir un mejor comportamiento en la actuación de nuestros líderes, porque las personas imitamos a quien nos lidera. Para bien o para mal.