Juan Carlos Holguin | Un año del metro y Quito avanza centímetros
Hay detalles del metro que aún no nos permiten tener un transporte público de calidad para sus usuarios
Fue motivo de felicitación la forma en que Pabel Muñoz dio inicio a las operaciones del Metro de Quito: detuvo unos meses la apurada puesta en marcha para, con un buen trabajo de planificación, ejecutar esta gran obra por la que los ecuatorianos pagaron muchísimo dinero.
El Metro de Quito es la oportunidad de revitalizar una ciudad descuidada desde hace más de una década. Hace 20 años, Quito fue la primera ciudad en América Latina en tener corredores exclusivos y ecológicos, siendo un referente en movilidad sostenible. Actualmente, en esos corredores siguen circulando buses a diésel.
Tras trasladar, según datos del Municipio de Quito, a más de 50 millones de usuarios en estos primeros 12 meses de operación, el objetivo de revitalizar el centro histórico se ha cumplido: genera alegría que nuevos negocios hayan surgido; los sitios turísticos se han llenado; y paulatinamente más familias asisten al casco colonial para visitarlo.
En contraste, la difícil situación económica y la falta de políticas públicas en la última década para erradicar las ventas ambulantes han convertido al centro histórico en un mercado ambulante. Es necesario, entonces, que se pueda ordenar el fenómeno del comercio informal y que exista un consenso en su abordaje. Como lo hicieron Rodrigo Paz, Roque Sevilla y Paco Moncayo, la preservación y el ordenamiento del centro histórico debe ser una prioridad que no tenga ideología.
A pesar de que ha cambiado la vida de muchas personas acortando sus tiempos de viaje del norte al sur y viceversa, hay detalles del metro que aún no nos permiten tener un transporte público de calidad para sus usuarios: problemas con material rodante que fue adquirido sin aire acondicionado, por ejemplo, tornó una gran inversión en la falta de dotación de un servicio de excelencia.
Parecerían temas mínimos, pero no lo son. Los más afectados, nuevamente, son los cientos de miles de usuarios que aún no acceden a un servicio público como merecen. Pero vale la pena destacar los esfuerzos de la administración por corregir estos problemas e insistir en la importancia del metro como estructura del cambio. El pedido de ampliación de la ruta del sistema es un buen paso.
Quito no debe tener banderas políticas. Nuestros hijos y nietos transitan por calles descuidadas, por lo que se acostumbran inconscientemente a que el entorno debe ser feo. Cientos de cables colgando, aceras en mal estado, paredes rayadas, ciudadanos que orinan en ellas, constituyen caminos directos a la destrucción de un concepto naturalmente humano: el de la belleza.
Destaco que hay primeras obras de soterramiento que empiezan a embellecer la ciudad. Si a esto sumamos las iniciativas de recuperación de La Mariscal, tenemos desafíos como ciudad para este nuevo año.
Lo importante es que el foco de la administración esté en estas acciones positivas y no en las deliberadas politiquerías, disfrazadas de cultura, que buscan colgar a otras autoridades como símbolo de sus ideas.
El objetivo de todos los ciudadanos es ese renacer de Quito, que no debe ser el eslogan de una alcaldía determinada, sino un compromiso de quienes aquí vivimos, para tener una capital que retome el liderazgo en sus políticas públicas.