Juan Carlos Holguín: Ecuador, un paraíso para el sicariato

Aunque sus ideas sigan vigentes y él, en vida, ya puso nombre a sus posibles sicarios, este sentimiento de impunidad hace que su ausencia sea sentida
El Ecuador no logra salir de esta espiral de violencia que nos produce desesperanza. Nuestro país vive una cadena de crisis de violencia, política, económica y social. La pandemia ahondó aún más estas crisis y la sociedad ecuatoriana mira absorta estos nuevos fenómenos delictivos y terroristas.
En el año 2020, la periodista Carolina Mella realizó una crónica en el portal Primicias en la que describía la ola de violencia de Guayaquil, contada por un sicario. Historia que reflejaba cómo las condiciones de pobreza, la desigualdad, el desempleo, la falta de oportunidad, entre otros elementos, eran un iceberg que la sociedad no alcanzaba a observar.
También hace pocas semanas, el cronista Juan Diego Quesada publicó en el diario El País de España una nota titulada ‘Vida y muerte de Ito, el sicario que cometió el magnicidio en Ecuador’, describiendo cómo era la vida de uno de los sicarios, de 18 años, que mató, junto a otras personas, al candidato presidencial Fernando Villavicencio. Quesada describe de manera magistral la realidad de exclusión y pobreza por la que transitó en vida alias ‘Ito’ y publica una triste realidad: por matar a alguien desconocido se pagan unos doscientos dólares; pero si el futuro cadáver tiene nombre, la factura sube a mil o dos mil dólares.
La del sicario es una figura conocida por el derecho romano, que reguló su condena penal mediante la ley ‘Cornelia de sicariis et veneficis’, en el año 81 antes de Cristo. Su nombre proviene de la palabra ‘sica’, que era una pequeña daga con curvatura, muy fácil de esconder entre las prendas de quien debía acercarse sigilosamente a su víctima.
En los últimos días, nuestro país ha atestiguado con indignación el asesinato de los sicarios relacionados al crimen de Fernando Villavicencio. A pocos días del cierre de la investigación fiscal, la negligencia del Estado ha permitido que la mayoría de detenidos por el crimen mueran en sus propias celdas, a manos de otros delincuentes. Es el triunfo de la impunidad del magnicidio más impactante para el Ecuador en las últimas décadas.
A pesar de que en las últimas horas ha aparecido el testimonio de uno de los sicarios, aún detenido, no hay duda de que este hecho de la semana pasada quitará fuerza a la búsqueda de la verdad, pues en el mundo del sicariato casi siempre caen los que están descritos al inicio de esta columna: los que no tuvieron oportunidades. Los verdaderos autores, los intelectuales, casi nunca son identificados.
El encontrar a los autores de este crimen no devolverá a Fernando Villavicencio a su familia, a sus amigos y al país. Aunque sus ideas sigan vigentes y él, en vida, ya puso nombre a sus posibles sicarios, este nuevo sentimiento de impunidad hace que su ausencia sea más sentida.
Hace algunos años, el caricaturista Bonil realizó una viñeta sobre el abusivo operativo policial que ingresó al domicilio de Villavicencio en la Navidad del 2013 para llevarse sus computadoras, que contenían material de corrupción de aquel gobierno. Era el mandato de Rafael Correa, quien manifestó luego que el caricaturista era un “sicario de tinta”. El Ecuador es un paraíso para los sicarios, por culpa de los políticos que por su ego relativizan lo que vivimos.