¡Que se elimine la Vicepresidencia! Y se lleve de paso la Constitución
El Ecuador ha experimentado varios modelos para el cargo de la vicepresidencia y ninguno ha sido exitoso
En los últimos meses he tratado de indagar con varias personas que respeto y que fueron parte de la Constituyente de Montecristi, si hubo en ese proceso que se supone fue una ‘refundación’ del país, una discusión profunda sobre el rol de la vicepresidencia.
La respuesta unánime de ellos, pertenecientes al correísmo o a la oposición de ese momento, es que no: la vicepresidencia no fue un tema de discusión. Y debería haberlo sido, porque desde el retorno a la democracia Ecuador ha tenido más vicepresidentes que presidentes de la República.
Con la polémica suspensión de la vicepresidenta en funciones y habiendo asumido la secretaria de Planificación como vicepresidenta encargada, en los últimos 20 años hemos tenido diez vicepresidentes cuyas funciones han variado por designación de sus respectivos presidentes.
Es indudable que esta institución tiene problemas estructurales y ha generado una permanente inestabilidad en los últimos años. El caso de Jorge Glas nos lleva a pensar si es que un vicepresidente debería, como en efecto sucedió, tener tanto poder que lo lleve lamentablemente a encabezar una gran estructura de corrupción en el aparato del Estado.
Por el otro lado, el caso de Verónica Abad nos confirma que el Estado ecuatoriano puede perfectamente convivir sin el rol local de una vicepresidencia. Un vicepresidente no debería tener equipo, sino más bien debería ser elegido solamente para reemplazar al presidente en caso de una ausencia definitiva.
Como lo analicé en esta misma columna, a lo largo de nuestra historia no siempre ha existido la figura de la vicepresidencia y hemos hecho una serie de experimentos con ella. En 1906 la Vicepresidencia desapareció del organigrama del Estado pero regresó luego de la aprobación de la Constitución de 1946. En ese entonces había un sistema bicameral, por lo que el vicepresidente era al tiempo presidente del Senado, manteniendo así una función adicional a la de solo reemplazar al presidente en caso de ausencia.
Hasta 1968, presidente y vicepresidente se elegían en distintas papeletas, provocando un gran problema de gobernabilidad. En ese año Velasco Ibarra ganó la elección presidencial, pero su compañero de fórmula, Víctor Hugo Sicouret P., no corrió con la misma suerte: Jorge Zavala B., opositor al presidente electo, fue elegido vicepresidente. Es por ello que Velasco Ibarra sentenció en aquel momento una de sus frases más célebres: “el vicepresidente es un conspirador a sueldo”.
Así como han existido malos ejemplos de vicepresidentes, el país ha tenido también excelentes perfiles. Y profundizando en el análisis sobre ellos, concluyo que serían excelentes ministros de Estado o representantes del Ecuador en misiones diplomáticas.
El Ecuador ha experimentado varios modelos para el cargo de la vicepresidencia y ninguno ha sido exitoso. Es el momento adecuado para discutir públicamente si debe o no existir una vicepresidencia (o dos, o tres). El modelo peruano parecería ser aplicable a nuestro contexto.
Lo cierto es que de todas formas, así como los cinco poderes del Estado, la muerte cruzada u otros experimentos absurdos, lo prioritario será salir del mamotreto de Montecristi para tener estabilidad.