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Juan Carlos Holguín | De la mano en el ‘lawfare’ y en la oscuridad

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Encausar la recta intención en el camino es misión imposible. Cuando las cosas empiezan con mentiras o con corrupción...

A finales de abril de 2008, bajo la operación psicológica “La patria ya es de todos”, el expresidente Rafael Correa, recientemente declarado inelegible para ingresar a territorio de Estados Unidos por corrupción significativa, junto a Cristina Fernández de Kirchner, sentenciada en su país a seis años de prisión por corrupción, develaban una placa con la siguiente descripción: “Placa recordatoria de la inauguración del proyecto hidroeléctrico Coca Codo Sinclair”.

Habrá que buscar la placa pues hoy sería la piedra de la vergüenza. Se anunciaba así que la obra sería construida con la estatal argentina Enarsa y que, en palabras del expresidente, el monto de la misma ascendería a los 1.500 millones de dólares, de los cuales 1.100 los daría el Estado ecuatoriano y 477 la República de Argentina.

Con su tono irónico y con el ego inflado en medio de su alta popularidad, recordaba en esos momentos que cuando regresó de estudiar en el exterior (¡a donde no podrá regresar!), fue parte de los ecuatorianos que debió soportar 200 días sin electricidad. “Esto es lo que nunca hicieron, lo que la partidocracia llama derroche. No lo hicieron, por incompetentes y por corrupción”. Puf.

La historia y la verdad siempre es una sola. Por más que por los siguientes nueve años, con una maquinaria publicitaria que gastó cientos de millones de dólares, quisieron manipularnos, lo cierto es que esa obra es otro de los símbolos de la corrupción de la década correísta.

A pocos meses de ese show entre los actuales ‘embajadores del lawfare’, el gobierno ecuatoriano tuvo que pagar cinco millones de dólares al gobierno argentino para sacarlo del proyecto. Empezó así el derroche que hoy tiene en penumbras, junto a otras causas e irresponsabilidades que vinieron en el futuro, al pueblo ecuatoriano.

El Ecuador presenta problemas de fondo en su funcionamiento como sociedad. No se trata de un aspecto coyuntural, sino de ciertos comportamientos que requieren un análisis antropológico e histórico. La complacencia es uno de ellos.

Desde inicios de siglo se han presentado escándalos en la mayoría de proyectos del sector energético. Solo en la etapa de la autodenominada Revolución Ciudadana, no hay un solo megaproyecto sin corrupción. Desde el año 2000, todos los gobiernos tienen casos de corrupción relacionados a proveeduría de barcazas, venta de diésel, proyectos de refinerías o centrales hidroeléctricas.

La clase política nos miente en la cara. Se anunciaban grandes obras, se colocaban primeras piedras o incluso se construían los proyectos (hoy elefantes blancos), por el baño de ego del líder de turno. Son las generaciones futuras las que pagan los platos rotos.

Encausar la recta intención en el camino es misión imposible. Cuando las cosas empiezan con mentiras o con corrupción, el resultado siempre será desastroso. Cuando se anuncia una obra con apuro y sin transparencia, el resultado será sobreprecio y mala calidad.

Necesitamos funcionarios e instituciones ejemplares en cualquier sector. Cuando la vanidad es más grande que la voluntad, ninguna obra sale bien y los problemas se sienten en el presente.

La ejemplaridad tiene a la verdad y a las buenas prácticas como su única base.