Juan Carlos Holguín: El momento Ecuador de la nueva generación
Los depredadores crean sus estrategias para consolidar una misión: no permitir que el otro termine su mandato. El país queda en segundo plano.
Desde inicios de la República vivimos en conflictividad. Según varios historiadores, las diferencias entre Bolívar y San Martín durante el conocido ‘Encuentro de Guayaquil’ marcaron una época de división muy grande. Incluso antes, entre quienes querían la independencia y quienes consideraban que la misma no debía suceder.
En el caso de la historia del Perú, el expresidente Alan García, quien se suicidó hace algunos años, hacía permanentemente una explicación sencilla del porqué los peruanos no logran consensos y viven en discordia. Lo atribuía a que la mayoría de habitantes antes de la independencia, no quería la misma, y a raíz de un obligado proceso independentista se crearon disconformidades históricas en el pueblo.
En el caso de Ecuador, también según algunos historiadores, se debió poner un presidente extranjero como el primero de la historia republicana debido a que era difícil encontrar puntos de acuerdo entre los habitantes locales. El expresidente Osvaldo Hurtado analiza desde el punto de vista sociológico y antropológico las diferencias en nuestro territorio en su libro Las costumbres de los ecuatorianos.
Muchos dicen que la historia es como los sastres: se hace un traje a la medida. En todo caso, es evidente que el Ecuador no logra salir de una historia de conflictividad. Con las redes sociales, estos fenómenos se han profundizado. Actualmente muchos politólogos hablan de un sistema de depredación política, de tal forma que en sociedades polarizadas a nadie le interesa el bien común. Los péndulos oposición-oficialismo funcionan cuando la depredación política se impone.
Los depredadores crean sus estrategias para consolidar una misión: no permitir que el otro termine su mandato. El país queda en segundo plano. La forma de hacer oposición en muchas partes del mundo, que utiliza la depredación política como un arma eficaz, hace más fácil la captación del poder desde la aniquilación del otro.
Como lo analizamos hace algunos meses, el último proceso electoral, marcado por el asesinato de Fernando Villavicencio, cuyo legado será trascendental para el futuro, tuvo candidatos presidenciales con el promedio de edad más bajo de la historia. El tener un presidente en funciones de 36 años ha marcado el inicio de una nueva etapa.
Si el presidente Noboa logra consolidar el alto apoyo popular que tiene, logrará lo que pocos han hecho en las últimas décadas: pasar de la política del odio a la política de la paz. No es una transición fácil pero el triunfo de una nueva generación fue un gran paso.
El Ecuador ha tenido casi dos décadas de un péndulo de violencia política. En redes sociales se nos ha hecho costumbre ver al expresidente Correa hablando mal de sus sucesores o amenazando a sus opositores. Incluso hablando mal de su propio país. Lo hacía también en funciones. Si no son ellos los que gobiernan, nadie.
A pesar de que quieran convencernos de que estamos en un mal momento, el Ecuador tiene ventajas comparativas y competitivas únicas, que lo proyectan al futuro con gran esperanza. Teniendo una población mayoritariamente joven, las nuevas ideas y el hacer las cosas de forma diferente pueden ser el punto de inflexión de nuestro desarrollo.