Juan Carlos Holguín: Un Occidente que desaparece
Estamos ante una cultura moderna que piensa que todo está permitido y todo es posible
El fin de semana constatamos perplejos el intento de asesinato a un expresidente estadounidense. Este hecho contra Donald Trump ha sido el acto más grave de violencia política del país del norte desde que Ronald Reagan fue baleado en 1981, un país que no ha estado exento de realidades como esta en su historia.
El presidente Kennedy también fue asesinado a tiros por un asesino oculto armado con un rifle, en 1963.
Más allá de saber que lo sucedido con Trump no es nuevo en la historia de Estados Unidos, debemos reflexionar lo que está pasando en Occidente desde hace algunos años.
En el año 2016, Obama acababa de visitar Europa en uno de sus últimos viajes como presidente de Estados Unidos. Su intención era reforzar esa visión de Occidente que se inició después de la Segunda Guerra Mundial y que logró la reconstrucción europea con base en los valores de la libertad y la democracia.
La intención de Barack Obama era sobre todo convencer a Gran Bretaña de permanecer en la Unión Europea y pedir a Alemania que apoye al proyecto del acuerdo comercial transatlántico (TTIP). Pero no le fue bien.
Un artículo publicado por el entonces alcalde de Londres, Boris Johnson, al día siguiente de una entrevista al visitante estadounidense, marcaba la línea de lo que vendría en el paso de los años: a los británicos no les interesaba ser parte de Occidente. Johnson criticó incluso los orígenes kenianos de Obama, asegurando que debido a aquello, él era un antibritánico.
La realidad es que hoy Reino Unido afronta una de sus crisis más serias en su historia. El Brexit fue un fracaso y generó en los británicos un sentimiento de arrepentimiento de una medida que no tiene retorno. Para Occidente fue un punto de inflexión. Alemania, en cambio, tuvo un cambio político con la salida de Ángela Merkel, quien, poco antes del fin de su gobierno había firmado el 5G con China y proyectos de gas con Rusia.
Es claro para todos que el mundo occidental ha ido perdiendo todo aquello en lo que creyó durante varios siglos: los valores de libertad, de igualdad, de democracia e incluso de Dios, base fundamental sobre la que se construyó la idea de Occidente. La política ha perdido por esto su capacidad de guiar la vida de sus pueblos.
La última Eurocopa ha puesto en tela de discusión los aspectos migratorios de Occidente. Equipos conformados en casi un 80 % por migrantes, que han despertado las más violentas voces xenofóbicas. Sucede lo mismo en Estados Unidos, que atraviesa una de sus más grandes crisis de migración ilegal.
Los valores que antes pregonaba Occidente están deteriorados. Estamos ante una cultura moderna que piensa que todo está permitido y todo es posible. Es decir, libertad como emancipación: el modelo se emancipa de la tradición, del pasado, de la realidad natural. Y también de ese Dios que dio moralidad a la construcción social.
Vivimos en un mundo donde ya no son los valores los que mantienen la sociedad agrupada. Son los procedimientos los que agrupan la sociedad. Ya no nos gobierna el más apto o el más honesto, nos gobierna el que gana una elección. Y aquellos que ganan no siempre piensan en el bien común, sino en el interés político. Así se va rompiendo Occidente.