Juan Carlos Holguín: Soñar desde Esmeraldas

La generación de niños que debieron beneficiarse de los altos ingresos del petróleo en la década correísta es la que hoy ha tenido que integrar bandas
Llegaban las vacaciones y en algún momento del verano mi padre solía llevarnos unos días a la provincia de Esmeraldas. Recuerdo con ilusión el momento en que nos acercábamos a una de las últimas curvas antes de llegar a Atacames, donde todos gritábamos: ¡el mar!
Hacíamos luego una parada obligatoria en el restaurante de nuestro amigo Walfredo, en medio de la tranquilidad absoluta de esta ciudad mágica. Aprovechábamos para jugar un poco de fútbol en el parqueadero con sus nietos y sobrinos.
A principios de los 2000, cuando tuve la oportunidad de conocer a Rodrigo y Esteban Paz, me llamó la atención su preocupación sobre Esmeraldas. “Don Rodrigo”, como lo llamábamos, siempre nos recordaba que había que apoyar a Esmeraldas porque era uno de los lugares más abandonados del país.
La Fundación Su cambio por el cambio apoyaba al padre Silvino Mina, quien a través de proyectos de desarrollo deportivo lograba que niños y jóvenes se alejen -ya en esa época- de las pandillas y las adicciones. En alguna ocasión pude acompañar una de las visitas al lugar donde llegaban aquellos niños. ¡Lo mucho que hacía este padre, con tan poco!
Pasaron los años y la situación en Esmeraldas ahora es insostenible. El País, de España, describía hace poco al barrio La Guacharaca, que “está en lo alto de una de las montañas de la ciudad y se ha convertido en un reducto de una de las cuatro bandas delictivas que intenta tomar el control de esa provincia de Ecuador que lleva el mismo nombre. En este sector, como en casi toda la ciudad, no hay agua potable, ni vías asfaltadas, las personas viven con mucha precariedad, el único desarrollo visible es que las casas han pasado de ser de caña y madera, a ladrillos y techo de zinc”.
¿Cómo pueden hoy los políticos que estuvieron a cargo del país por más de una década decir que cambiaron la realidad? La generación de niños y niñas de Esmeraldas que debieron beneficiarse de los altos ingresos del petróleo en la década correísta es la que hoy ha tenido que integrar bandas delincuenciales por la falta de oportunidades. Las únicas obras que llegaron en los últimos años fueron las que esas estructuras criminales financiaron. La corrupción hizo que incluso queden obras inconclusas en esa ciudad.
Hace una semana el país tuvo una tregua de las malas noticias y de la ola de violencia, con un triunfo de la selección ecuatoriana de fútbol. El protagonista de esa alegría momentánea fue un chico nacido precisamente en una de las ciudades más peligrosas de la provincia de Esmeraldas: San Lorenzo.
Cuenta su familia en una entrevista en Diario EXPRESO, que cuando Félix Torres tenía 18 años se fue de Esmeraldas para jugar en un equipo en Portoviejo, entre las lágrimas de su familia. Esa oportunidad de salir de ese entorno, de la realidad que lamentablemente lo rodea, cambió su futuro para siempre.
Me pregunto dónde estarán sus amigos ahora. ¿Qué pasó con los niños que crecieron con él? Tenemos como sociedad una deuda con Esmeraldas. Como Félix, hay varios casos de talentosos esmeraldeños y esmeraldeñas que nos han llenado de alegrías y orgullo a todos los ecuatorianos. Hay que soñar que desde Esmeraldas se puede construir un símbolo de cambio de esta absurda realidad.