La geopolítica detrás de un balón

La decisión de Messi de ir a jugar a ese país se da en un contexto en que Estados Unidos le apuesta a la diplomacia blanda a través de este deporte
Messi tuvo un debut perfecto con el Inter de Miami el pasado día viernes: minuto final del partido y tiro libre en aquella distancia donde es difícil que falle. “Leo” se acomoda y, como crónica de una muerte anunciada, marca en la puerta del Cruz Azul de México. En menos de un minuto cualquier inversión que a alguien le parezca desmesurada ha sido retribuida con creces. Estamos ante el punto de inflexión del fútbol en Estados Unidos.
En muchas naciones el deporte es un elemento vital de la construcción de sus sociedades. Es una herramienta poderosa de implementación de políticas públicas, para evitar el consumo de drogas o para fomentar la práctica de una vida sana.
También grandes eventos deportivos han sido parte de las estrategias políticas de muchos gobiernos. Dos ejemplos: los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín o la forma en que Mandela utilizó al Mundial de Rugby de 1995 como uno de los sucesos políticos más importantes de la historia de Sudáfrica. Con el rugby superó rencores muy fuertes que se encontraban en la sociedad y revirtió la percepción que la población negra sudafricana tenía del rugby, que simbolizaba el poder blanco, para lograr algo nunca visto en su país: que toda la población, los negros y blancos, apoyaran un objetivo común que era ganar el mundial. Y Sudáfrica lo ganó en una final épica, ante el mejor equipo del mundo: los All Black.
Pese a que el deporte significa una innegable fuerza positiva para el desarrollo social, no podemos olvidar que, mal utilizado, puede convertirse en una herramienta perversa para influir y hasta manejar a la sociedad. Por ello, especialmente en la última década, la geopolítica se ha disputado detrás un balón.
Meses después de que Rusia y Catar ganaran las sedes de los mundiales del 2018 y 2022 se produjo una discusión global sobre la forma en que ambos países obtuvieron su designación. Se destapó entonces en Nueva York el denominado FIFA Gate, investigación que rompió el mito de que el fútbol es privado y generó el mayor proceso de lucha contra la corrupción en la historia del deporte. Estados Unidos se convertía en un actor relevante para el fútbol mundial.
La decisión de Messi de ir a jugar a ese país se da en un contexto en que Estados Unidos le apuesta a la diplomacia blanda a través de este deporte. Albergará junto a México y Canadá el próximo mundial, pero además ha anunciado que será sede de la próxima Copa América y del Mundial de Clubes en 2025. La apuesta por el fútbol es evidente, al igual que lo está haciendo Arabia Saudita.
La Visión 2030 del país árabe incluye una gran apuesta por el fútbol. Inversiones similares a las realizadas por Catar, trayendo estrellas a su liga profesional, al mismo tiempo de candidatizarse para el Mundial 2030 o 2034. Arabia Saudita tiene claridad en que esta actividad puede lograr proyectar globalmente su nueva etapa de desarrollo.
El fútbol simbolizará en los próximos meses los movimientos geopolíticos de algunas potencias. Las presiones por votos en la FIFA o por llevar estrellas a sus ligas profesionales acapararán la atención de muchos. Estamos ante una nueva etapa de este deporte, que indudablemente es un reflejo de nuestras sociedades.