Recordar siempre a Sixto Durán Ballén
Es que su legado es comprobar hoy que el servicio público puede ser honesto y transparente
El pasado día viernes recordamos un año más del nacimiento del expresidente Sixto Durán Ballén. Como sucede con los grandes gobernantes democráticos, vale la pena constantemente repasar su legado, para que la historia los tenga como referentes permanentes de la sociedades contemporáneas.
Pocos ciudadanos ha tenido el Ecuador como Sixto Durán Ballén, un hombre que dedicó más de 70 años de su vida al servicio del país. El expresidente fue dueño de una carrera pública y privada llena de logros, pero sobre todo revestida de un concepto hoy olvidado: el de la ejemplaridad.
En el año 2008, en medio de la operación psicológica “la Patria ya es de todos”, que buscaba manipular la historia y crear falsos profetas que supuestamente refundaban el país, que además andaban repletos de seguridad y caravanas como símbolo de su poder efímero, recuerdo haber visto al expresidente en un barrio del norte de Quito, visitando una farmacia. Buscaba una medicina y unos “aplanchados”, que nos sugirió comprarlos a los clientes que estábamos ahí. Al verlo solo le consulté dónde estaba su seguridad. “Vengo caminando siempre, solo de la mano de mi esposa”, me dijo.
Reflexioné ese momento en los años posteriores. Sixto fue siempre ese presidente honesto, sencillo, extremadamente generoso, pero sobre todo un ciudadano ejemplar, dispuesto siempre a dar lo mejor de sus talentos y capacidades por el Ecuador. “Mientras tenga una mente para pensar, y un corazón para servir, siempre responderé a la llamada del país”, dijo en el 2006.
Sobre el legado de Sixto se ha escrito mucho en los últimos años. Un gran constructor y ejecutor, como pocos, a quien el Ecuador le debe muchas obras diseñadas, pensadas y ejecutadas por él. Se encargó de la reconstrucción de Ambato luego de que un terremoto acabara con gran parte de la ciudad en 1949. Luego, como ministro de Obras Públicas en el gobierno de Camilo Ponce Enríquez y como presidente de la Junta Nacional de la Vivienda, entre otros cargos. Sixto era un visionario permanente.
Como alcalde de Quito, su legado como constructor también fue importante: la avenida Mariscal Sucre (actualmente conocida como Occidental); los túneles de San Juan, San Roque y San Diego; la Central Hidroeléctrica Nayón o el edificio del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social -IESS-, son solo algunos ejemplos de su huella.
Pero la obra más importante de su carrera pública no contiene cemento o concreto. Es que su legado es comprobar hoy que el servicio público puede ser honesto y transparente. A su fallecimiento, su mayor herencia fue esa: dejar un ejemplo de vida de hombre bueno, sabio y de ciudadanía ejemplar. Ni sus férreos opositores lo dudaron.
Aunque el ejercicio público tiene aspectos negativos y en su gestión como presidente no fue la excepción, el tiempo demostró sus principios sólidos. Un hombre recto, con alta capacidad de perdonar o de olvidar cuando se trataba de construir el bien común.
Su actuación en nuestra defensa territorial ha pasado a la historia como uno de los actos más importantes para nuestra patria.
Que su memoria ayude a las nuevas generaciones a identificar referentes que a su paso por esta vida, dejaron una vara alta como grandes gobernantes.