El representante de Putin en América Latina
Sus intereses personales y sus coincidencias con el estilo de liderazgo dictatorial de Putin, pesaron más que los principios de paz
Aterrizamos en Buenos Aires con la novedad de que el tren de aterrizaje del avión presidencial había tenido un inconveniente. Esto hizo que la agenda se modifique, pero de todas maneras decidimos continuar con el viaje oficial.
Al día siguiente, durante una de las conversaciones bilaterales, hubo una pregunta que se me quedará grabada: “¿Y cómo es Putin?”.
“Es un tipo muy inteligente, un gran conversador. Pero cuando le pregunté a quién admiraba, me contestó que a Pedro el Grande”. En mi fuero interno, agradecía en ese momento la prudencia que tuvo nuestro presidente al cancelar su visita a Moscú en el mes de enero, semanas antes del primer ataque de Rusia contra Ucrania. Al mismo tiempo me preocupaba el que, como lo intuíamos, la guerra no se detendría, pues a la cabeza de Rusia había un hombre peligroso.
Pedro el Grande es recordado por occidentalizar Rusia y por extender su territorio. Para muchos historiadores, este zar, que además fundó San Petersburgo, convirtió a Moscú en una gran potencia europea. Pero logró estos objetivos a través de una brutal tiranía.
Al contar esta anécdota unos días después, mientras reflexionábamos con algunas personas sobre el conflicto europeo, una embajadora de un país latinoamericano me recomendó leer el libro de Emmanuel Carrère, Limónov, que describe la vida de este personaje que parece de ficción, pero que acabó en la cárcel acusado por intento de golpe de Estado y al salir se convirtió en opositor a Putin.
“Limónov no es un personaje de ficción. Existe y yo lo conozco”, advierte Emmanuel Carrère al inicio de su libro, cuya historia comienza en Moscú el 7 de octubre de 2006, el día en que Anna Politkóvskaya, otra crítica del régimen de Putin, fue asesinada a tiros en su casa.
Hace pocos días el mundo atestiguó absorto el trágico siniestro del avión en el que viajaba Yevgueni Prigozhin, líder del grupo de mercenarios Wagner, que hace unos meses se había sublevado contra el Kremlin. Era la crónica de una muerte anunciada, sino que esta vez no fue ‘un suicidio’ desde una ventana.
Lo cierto es que después de la pandemia nadie imaginó el dolor de una guerra, provocada por los delirios de trascendencia de un autócrata.
Apenas horas después de la primera invasión de soldados rusos en territorio ucraniano el 24 de febrero de 2022, muchos líderes mundiales condenaron el hecho. Incluso, un primer comunicado del Grupo de Puebla lo hacía, pero con un hecho que llamó la atención: algunos de sus fundadores y voceros no lo firmaron. Entre ellos, el expresidente de Ecuador, Rafael Correa.
Y es que hasta finales de 2021, él había constado en la nómina de la cadena de televisión de noticias financiada por el Estado ruso, Russia Today. Sus intereses personales y sus coincidencias con el estilo de liderazgo dictatorial de Putin pesaron más que los principios de paz que el mundo exigía.
Hace pocas horas, el medio ruso ha anunciado que Rafael Correa vuelve a su canal como entrevistador en un programa sobre golpes de Estado en América Latina. Se proyecta a sí mismo como el auténtico representante de esos valores del autócrata ruso en toda nuestra región.
Y es que finalmente, la lucha hoy es entre autócratas y demócratas.