El podio y la familia
Los medallistas olímpicos Richard Carapaz, Neisi Dajomes y Tamara Salazar tienen mucho en común, pero lo principal es una familia que los apoyó siempre.
En El Carmelo, Carchi, esa madrugada del 24 de julio, Don Antonio Carapaz lloraba de la alegría mientras recibía la gran noticia de que su hijo Richard había ganado el Oro olímpico. Emocionado decía: “hijo, eres todo para mí”, mientras su madre, Doña Ana Montenegro, recordaba que el sueño de siempre de su hijo fue estar en una gran carrera. Ellos hablaron justo, en el ingreso de su casa, debajo de la bicicleta azul que su padre había recogido de los basureros de la provincia de Carchi, cuando Richie aún era un tierno niño.
En Tokio, en cambio, Neisi Dajomes, en su momento de gloria al recibir su Oro olímpico, mostró al mundo entero su mano izquierda, con las palabras de Mamá y Hermano. “Hace dos años perdí a mi madre y hace tres a mi hermano, han sido pruebas que Dios me puso para llegar aquí”, dijo. Su madre fue su primera impulsadora, en el Puyo, Pastaza. Ella, migrante colombiana, realizó trámites para ponerle sus apellidos para acelerar el proceso de visado, antes de su primera participación internacional, cuando Neisi tenía 12 años. Su hermano, Javier, la inició a entrenarse en las categorías juveniles.
En cambio, en Puisir Grande, en el Valle del Chota, la hermana de Tamara Salazar, emocionada, recordaba que esa medalla fue siempre el sueño de nuestra campeona. Su madre reconocía que su hija era una guerrera siempre. Tamara Salazar, a sus 23 años, obtuvo la medalla de Plata para Ecuador. En su rueda de prensa dijo: “Antes de competir recibí una videollamada de mi madre, quien me dijo: ‘mija, usted puede’. Ella es mi mayor motivación y ahora estoy aquí, con una medalla olímpica, aún sin creérmelo”.
¿Qué tienen en común estos tres orgullos de Ecuador? Pues, una familia que los apoyó desde siempre. ¿Cuánto tienen de responsabilidad las familias de Richard, Neisi y Tamara en sus medallas olímpicas? Probablemente muchísimo. Familias humildes que supieron incubarlos, alimentarlos, amarlos e impulsarlos a dar siempre lo mejor de sí mismos. Debemos empezar una gran cruzada en defensa de la familia, hoy tan amenazada. ¡Sin ese núcleo vital, no tendremos mejores días!