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Benedicto XVI, gratitud eterna

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Sus mensajes medulares fueron: ¡Manténganse firmes en la fe! 

Mi madre, Isabel Silva Estrada, solía decir que la especie humana se divide en dos, los agradecidos y los malagradecidos. Identifícalos bien.

Al leer el testamento de Ratzinger, que circuló a su muerte, nuestro Santo Padre fue de los primeros. La mayor parte de su carta es de gratitud. Sus mensajes medulares fueron: ¡Manténganse firmes en la fe! y una angustiosa alerta sobre la confusión de hipótesis cuando se deja de lado lo razonable de la naturaleza misma de la fe, que nos hace reconocer en Jesucristo el camino, la verdad y la vida, y a su Iglesia, con todas sus insuficiencias, como su cuerpo.

Desde hace un par de años una decena de inquietos católicos formamos un círculo ratzingeriano que busca la verdad. El grupo, que se reúne virtualmente cada semana, arrancó con la lectura de su gran obra Jesús de Nazareth. Hoy seguimos con Introducción al cristianismo. El método dirigido por nuestro guía, monseñor Maggi, es de lectura, análisis y aprendizajes para aplicarlos a nuestra vida diaria.

Vivimos tiempos muy difíciles. Nuestra generación ha visto dispararse los niveles de desvergüenza, insidia, corrupción, violencia, desamor, guerra, nuevas tendencias sexuales, movimientos proaborto y eutanasia que son indicios de que la mundialización nos arrastra permanentemente contra el camino de la verdad y vida que Ratzinger nos instruye. Y ese arrastre ha llegado lamentablemente a la misma cúpula de la Iglesia católica. ¿Recuerdan aquel primero de marzo del 2013?, cuando Su Santidad dijo; «Ya no seré más el pontífice máximo de la Iglesia, sino sencillamente un peregrino que empieza la última etapa de su peregrinaje sobre esta tierra». También allí nos mostró su grandeza al estar en su relación con la verdad que la fe cristiana custodia, propiciando el ensanchamiento de la razón.

Termino con Saint- Exupéry para tomar su frase que dice: “El mundo entero se aparta cuando ve pasar un hombre que sabe adónde va”. Las palabras finales de Benedicto XVI - Dios, Te amo- indican que siempre supo dónde iría.

La responsabilidad de cada uno de nosotros, seres únicos e irrepetibles, es volvernos instrumentos de la verdad, dedicar nuestras acciones a luchar contra un entorno que nos pretende arrastrar.