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Luis Sarrazín: Pena de muerte

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Solicité en un editorial anterior que las auditorías regresen a Guayaquil por elemental respeto a los prestadores de la costa

Muchos ignoran la existencia de la pena de muerte en el Ecuador, la cual se ejecuta silenciosamente y de manera solapada, gracias a una actitud maléfica, miserable y cómplice de las autoridades de turno.

Comentaré la situación de los nefrópatas que, debido a su insuficiencia renal, se ven obligados a dializarse tres veces por semana, para desintoxicarse de las sustancias nocivas que envenenan su cuerpo al no poder eliminarlas fisiológicamente ante la ausencia de una adecuada función renal.

Existe una empresa que con gran simpatía y humanismo tiene organizado un transporte para llevar a los pacientes hacia los centros de diálisis, considerando que casi todos se encuentran en sillas de ruedas, lo cual dificulta su movilización. Ante la falta de pago, se suspenderá este servicio dejando a los pacientes en completo abandono.

Por otro lado, el no pago por parte del Ministerio de Salud y del IESS ha impactado tremendamente en la sobrevida de los enfermos, ya que en lugar de hacerles las tres diálisis semanales, les han bajado a dos y lo que es más grave, no se las hacen completas sino a medias, es decir que en lugar de dializarlos durante cuatro horas, los dializan únicamente por espacio de dos horas, dejándolos intoxicados en un 50 %; ello atenta severamente sobre su bioeconomía corporal.

Carece de significado para las autoridades que Eleuterio Quijije de Miguelillo o Segundo Gualotuña de la Prosperina se mueran. No los conocen, no tendrán ni siquiera nota necrológica. Dos ecuatorianos menos y, ¡a quién carajo le importa!

Las autoridades deberían dedicarse a pagar a los prestadores y ponerse al día en un acto de elemental justicia. ‘Tú me sirves y yo te pago’ debería ser la norma de conducta del MSP y del IESS, negreros miserables y verdugos sanguinarios que indiferentes contemplan la quiebra, el descalabro y hasta el suicidio de sus servidores desde el patíbulo de sus escritorios.

Solicité en un editorial anterior que las auditorías regresen a Guayaquil por elemental respeto a los prestadores de la costa. Pedido que se lo llevó el viento. Desprecio y sordera.

Y sigo andando…