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A. R. B.

Avatar del Luis Sarrazín

Me faltó tener en la mano un martillo de escultor para tocarle el hombro y decirle: “parla”.

La vida en los momentos actuales ha cambiado de manera evidente ante la problemática que incide en nuestras actividades diarias, que se han visto impactadas por una serie de acontecimientos de orden político y social que hemos tenido que enfrentar en la búsqueda de un nuevo equilibrio integral. Y uno de los hechos que resalta la prensa es el incremento de los robos de vehículos que está afectando de manera importante a sus tenedores, provocando sin duda una gran zozobra.

Ante este tipo de delitos no existe patrón alguno, ya que algunos son deshuesados para utilizar partes y piezas y otros son generalmente exportados a los países vecinos, maquillados o no y con sus características y simbologías alteradas.

Siguiendo los consejos de mi padre, yo he tenido siempre mi vehículo asegurado, recordando siempre sus palabras, ya que él decía que el mejor seguro es el que nunca se reclama, pero que permanentemente te brinda protección.

Aprovechando de una empresa de rastreo satelital, cuyo presidente era entonces el Sr. Alex Ripalda Burgos (+), mi compañero de clase y un entrañable y querido amigo, me registré como cliente del sistema, condición que mantengo hasta la fecha, habiendo sido atendido siempre con gran aprecio y deferencia. Creo que, dadas las circunstancias actuales, todo propietario de un automotor debería contar con la asistencia de una de estas empresas de vigilancia satelital.

¿El porqué de esta entrega? Les confesaré que estando Alex ausente, el ir a su empresa y visitar la oficina que últimamente diseñó y que no pudo disfrutar en razón de su enfermedad, decorada con un gusto extraordinario y con una luminosidad espectacular, despertó en mí una profunda emoción el admirar ese diseño, que le permitía recorrer artística y colorimétricamente toda su existencia mediante gráficas representativas de sus querencias personales y familiares.

Al salir, ubicado frente a su busto y al contemplarlo tan realista, sentí la misma emoción de Miguel Ángel cuando terminó la estatua de Moisés. Me faltó tener en la mano un martillo de escultor para tocarle el hombro y decirle: “parla”.

Y sigo andando…