Luis Villacrés Smith | Julio 4
El movimiento libertario precursor de los Estados Unidos fue el ejemplo para el resto de colonias en América y en el mundo
Hace dos y medio siglos atrás, los fundadores de los Estados Unidos, representantes de las trece colonias originarias, reunidos en Filadelfia como segundo Congreso Continental, decidieron declarar su Independencia de la Corona británica, cansados de los oídos sordos, excesivos impuestos e imposiciones exageradas de la metrópoli. Fue un acto audaz, valiente, desafiante, de rebelarse al imperio, al poder colonial más poderoso en ese momento, mayor a cualquier otro.
Sus reclamos dirigidos al rey Jorge III habían sido ignorados, nunca satisfechos. Cansados de insistir, luego de un largo año de reuniones proclamaron su independencia e incluyeron en su pronunciamiento ciertos derechos naturales y legales, incluido el de rebelarse. Entre los principales solemnemente declararon: “sostenemos como evidentes estas verdades, que los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre ellos, la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Este movimiento fue la inspiración de todos los demás. Incluso motivó a los revolucionarios franceses a proclamar su revolución casi dos décadas después, en julio de 1792 y a realizar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, inspirados en los mismos principios e ideas de la Ilustración presentes en los últimos dos siglos en Francia y Gran Bretaña. La revolución juliana de 1776, cambió el sistema político y de gobierno de la mayoría de las naciones, terminó con el régimen de las monarquías absolutas y dio paso a los gobiernos republicanos y democráticos de la mayoría de países en Occidente.
El movimiento libertario precursor de los Estados Unidos fue el ejemplo para el resto de las colonias en América y en el mundo entero. Demostró que todos los criollos y nativos de naciones de ultramar tenían el derecho de reclamar sus derechos políticos y autogobernarse por sí mismos. Por ello, cada 4 de julio debería ser una celebración compartida por todos los países que lograron su libertad a partir de esa fecha.
En Ecuador, a pesar de que sigamos sometidos a las mafias de la corrupción, del poder político y el narcotráfico, debemos recordarlo con igual transcendencia.