¡Cuando nosotras ganamos, todos ganan!

El precedente que marca esta sentencia en la jurisprudencia del sistema anglosajón es monumental’.
Tengo que reconocer que como a usted, estimado lector, las noticias me abomban. Muchas veces es difícil escoger el tema a desarrollar, pero hoy no. Hoy escribo con felicidad acerca del acuerdo legal al que llegó la Federación de Fútbol estadounidense con su equipo de jugadoras.
Todo inició como una disputa mediante una queja que cinco jugadoras presentaron ante la Comisión de Oportunidades e Igualdad en el Empleo de EE. UU. por discriminación salarial. Después de tres años, 28 jugadoras interpusieron la demanda ante un tribunal federal de California. El asunto de fondo era que mientras los jugadores masculinos cobraban cinco mil dólares por partido, las mujeres solo cobraban si ganaban ante un equipo que estuviese entre los primeros 10 de la FIFA. Ellas jugaban de “buena gente”.
En el 2020 la demanda fue desestimada diciendo que no se puede conseguir mejoras salariales a través de los tribunales. Pues hoy leo con satisfacción, seis años después, que tras recurrir la sentencia, la Federación de Fútbol llegó a un acuerdo de compensación a las jugadoras por “haber recibido sistemáticamente menos apoyo y dinero que sus compañeros masculinos”. Quiero repetir esa frase varias veces. La federación deberá pagar un total de 24 millones de dólares, 22 a repartir entre jugadoras. Megan Rapinoe, futbolista profesional y miembro de ese equipo, una heroína a este punto de la historia, tuiteó acerca del fallo: ‘When we win, everyone wins!’ (¡Cuando nosotras ganamos, todos ganan!). Y tiene toda la razón. El precedente que marca esta sentencia en la jurisprudencia del sistema anglosajón es monumental. Alex Morgan, otra estrella del fútbol femenino estadounidense y pareja de Rapinoe, declaró: “No solo lo veo como un triunfo para nuestro equipo o el deporte femenino, sino para todas las mujeres en general”. El comunicado conjunto manifiesta: “Llegar a este día no ha sido fácil. Las jugadoras del equipo nacional femenino de Estados Unidos han alcanzado un triunfo sin precedentes mientras trabajaban por la igualdad de salario para ellas y futuras atletas. Hoy, reconocemos el legado de las pasadas líderes del equipo que ayudaron a hacer posible este día, además de a las mujeres y niñas que las seguirán. Juntos, les dedicamos este momento”.
Y leyendo esto desde la República del Ecuador, donde el tema de inclusión puede ser trillado porque se le da mal uso dentro del discurso amarillista y populista, esta sentencia pone los puntos donde deben ir. Esto es feminismo en su mejor expresión, aquel que reconoce que las mujeres, o por lo menos la estadística laboral femenina -que no puede ser manejada como una elucubración de la realidad- gana considerablemente menos en sus labores profesionales que sus pares masculinos. Solo voy a repetir una frase que me dijo una amiga bien pilas al respecto: “Que no me hablen de si me abren la puerta o no, que me paguen lo que me tienen que pagar”. En sociedades repletas de tabúes y creencias que van en desmedro de la realización personal de las mujeres, del condicionamiento de lo que debe o no hacer una mujer y cuánto debe luchar por su esfuerzo, no como persona sino por ser mujer, esta noticia es maravillosa. Muestra que el mundo avanza, que el cambio es una constante y que la clave está en persistir.